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Destapados: ¿hacia el dedazo perdido?

Ivonne Melgar

Ivonne Melgar

Retrovisor

 

Carlos Salinas logró nombrar a su sucesor. Pero el asesinato de Luis Donaldo Colosio modificó la historia, convirtiendo a Miguel de la Madrid en el último presidente que logró ejercer el dedazo en 1987.

Vicente Fox no consiguió que Santiago Creel fuera su sucesor. Felipe Calderón corrió la misma suerte con Ernesto Cordero. Y la escena se repitió para Enrique Peña con José Antonio Meade.

Son más de tres décadas de una constante que podría romperse con el presidente Andrés Manuel López Obrador, quien en 2018 recuperó un atributo del viejo régimen: la mayoría en el Congreso.

Hay otros rasgos del pasado que caracterizan a este sexenio: la centralización del presupuesto frente a los gobiernos estatales y el temor de los empresarios a “jugar a las vencidas” con el Ejecutivo Federal, como él mismo lo fraseó. 

Ya en 2023 sabremos si López Obrador puede recuperar la tradición de definir a su sucesor. Pero punza la duda: ¿Por qué adelantar el ritual de la supuesta competencia cuando le restan 40 meses en su encargo y apenas lleva 31?

Es un hecho que el azar jugó a favor de la prisa cuando la tragedia de la Línea 12 del Metro, el 3 de mayo pasado, golpeó al canciller Marcelo Ebrard y a la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum. Así que ampliar los prospectos les quitaría presión, rompiendo el clima polarizado que sus respectivos grupos políticos protagonizan en el partido.

Y obligaría a integrar la lista de la oposición —visualizando a sus potenciales apoyos— en un contexto donde tienen prioridad los gobernadores que salieron ilesos del primer tramo sexenal y mantuvieron a raya en sus estados a la ola morenista: los panistas Mauricio Vila, de Yucatán; Francisco Domínguez, de Querétaro, y Diego Sinuhe, de Guanajuato, aunque aquí la sombra de la inseguridad es amplia; los priistas Miguel Riquelme, de Coahuila, y Alfredo del Mazo, del Edomex. Y, por supuesto, Enrique Alfaro, de Movimiento Ciudadano, en Jalisco.

Tenemos la explicación convincente de que captar la conversación pública con distractores es parte del estilo de gobernar. Pero éste no se queda en los dichos. De manera que, pronunciados los partícipes oficiales de la carrera sucesoria —Sheinbaum, Ebrard, Esteban Moctezuma, Juan Ramón de la Fuente, Tatiana Clouthier, Rocío Nahle—, con todo y permiso para aspirar y lucirse, habrá que revisar los hechos.

Quienes siguieron el proceso que llevó a Mario Delgado a la dirigencia de Morena saben que el mandatario nunca garantizó pases automáticos.

Eso explica que los duros del partido que apoyan a la jefa de gobierno, con Citlalli Hernández por delante, hubieran intentado ganarle al entonces coordinador de los diputados con Porfirio Muñoz Ledo.

En el reciente proceso federal, los morenistas aprendieron que su líder político no es ortodoxo al definir candidatos, con las designaciones en Nuevo León y San Luis Potosí, de Clara Luz Flores y Mónica Rangel, respectivamente, de biografías priistas. Y aunque no fueron apuestas ganadoras, el precedente queda: postular a gente de otros partidos, por encima de los morenistas.

Supieron que al jefe intelectual de sus campañas no se le cierra el mundo cuando de defender a un cercano se trata y ahí está Evelyn Salgado Pineda para corroborarlo.

Y es que, como el estratega electoral que es, López Obrador siempre tiene un plan B. Así que tampoco se anda con purismos para frenar a quienes considera sus adversarios. De ahí que San Luis Potosí se convirtiera en un laboratorio de cómo ganarle a la alianza PAN-PRI-PRD a través del PVEM y su candidato Ricardo Gallardo.

Por eso no suena descabellado que hacia 2023 personajes ajenos al gabinete puedan crecer como prospectos afines a Palacio: desde el ministro presidente de la Suprema Corte, Arturo Zaldívar, tan elogiado por López Obrador, hasta Ricardo Salinas Pliego, cercano al mandatario y cuyas aspiraciones son cada vez más evidentes.

Otra lección del proceso reciente es que la jefa de Gobierno capitalino lleva mano: tuvo carta abierta para definir candidaturas y se culpó a otros del saldo electoral adverso en la CDMX.

Pero, como sus antecesores, López Obrador también tiene a su Manuel Camacho, es decir, un presidenciable desobediente en las filas del partido: Ricardo Monreal Ávila, a quien deliberadamente excluyó de la lista oficial. 

Tomamos nota de los observadores que, formados en los códigos del viejo régimen, no dudan en sostener la hipótesis de que el coordinador de los senadores de Morena podría ser “un gran tapado”.

Lo evidente ahora es que dentro de Morena existe un prospecto que se atreve a decir “aspiro”, y que, al hacerlo, acota los márgenes del dedazo y abre la puerta a la competencia, esa que en los últimos años se ha impuesto a los deseos presidenciales.

Porque al encartarse por la vía de los hechos, el senador Monreal —quien en 1998 cambió de partido cuando el PRI le negó la candidatura a gobernador de Zacatecas— encarece los costos de una sucesión a la antigüita.

 

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