Logo de Excélsior                                                        

Ucrania y el estrabismo político

Humberto Musacchio

Humberto Musacchio

La República de las letras

 

Como bien se sabe, en toda guerra, la primera víctima es la verdad. En el caso de la agresión rusa a Ucrania, es explicable que la opinón pública se ponga del lado del agredido, pero no siempre sucede así. En los años de la brutal ocupación gringa de Vietnam, prensa, radio y TV de casi todo el mundo desplegaron una feroz campaña no contra la potencia ocupante y el gobierno pelele, sino en su favor, en tanto que a los vietnamitas que defendían su país se les tildaba de invasores.

La historia se ha repetido innumerables veces. La agresión bárbara de EU contra Panamá y sus bombardeos sobre la población civil se debieron, decían, a que Manuel Antonio Noriega, presidente del país ístmico, era una mala persona. En 2003, la historia se repitió en Irak, donde, presuntamente, había armas de destrucción masiva que nunca aparecieron.

Las agresiones han sido una constante en la política de Washington: Yemen, Somalia, Libia, Siria y otros países. La intervención de mayores consecuencias geopolíticas ocurrió en Yugoslavia en los años noventa. Ahí, Estados Unidos se valió de la OTAN para desmembrar un Estado que, en vida de Josip Broz Tito, fue un importante factor para mantener los equilibrios geopolíticos. La intervención multinacional, instigada y dirigida por Washington, dividió a Yugoslavia en siete miniestados.

En todas estas historias, las agencias informativas occidentales han dosificado severamente sus servicios, ofreciendo versiones falsas, incompletas o de plano inexistentes del activismo militar de la llamada Unión Americana, sus aliados y otros títeres. Casi hay que reclamarle a Putin que no haya mandado a sus estrategas en comunicación a tomar un curso con esos maestros de la mentira y las medias verdades. Le hubiera ido mejor en estos momentos.

Las experiencias del intervencionismo de las potencias es que proceden sabiendo que sus adversarios saldrán a denunciar sus villanías, a condenarlos y hasta sancionarlos, pero que no intervendrán para evitar sus tropelías. Así ocurrió durante la guerra de las Malvinas, cuando hubo condenas contra Gran Bretaña, pero ni una sola acción para atarle las manos. Lo mismo sucedió durante la intervención soviética en Afganistán y luego al relevarlos los estadunidenses, quienes finalmente salieron de ese país con la cola entre las patas. A fin de cuentas, las potencias respetan las áreas de influencia de cada uno.

La guerra de Rusia contra Ucrania obedece a que Moscú no quiere un país hostil en sus fronteras, pero, sobre todo, a que tradicionalmente Ucrania fue el granero de la URSS y ahora de los rusos; además de que en el suelo ucraniano se hallan grandes yacimientos de materiales estratégicos como uranio, titanio, hierro o manganeso. Es también el cuarto mayor exportador de turbinas para centrales nucleares y el cuarto mayor fabricante de lanzacohetes. Como es obvio, a cualquier potencia le encantaría tener toda esa capacidad a su servicio.

Al presidente ucraniano, Volodimir Zelenski lo han endiosado en Occidente y, como es judío, se pretende mostrarlo como enemigo de las bandas neonazis que han desatado el terror asesino sobre la comunidad rusa y las minorías raciales. En realidad, Zelenski, quien no paga impuestos en su país, es un traidor a la comunidad judía, pues, gracias a su disimulo y muy probable protección, han crecido los destacamentos armados neonazis. Un dato elocuente es que el 16 de diciembre de 2020, en la Asamblea General de la ONU, sólo Ucrania y Estados Unidos (en tiempos de Trump) votaron en contra del “combate a la glorificación del nazismo, neonazismo y otros prácticas que han contribuido a alimentar actualmente formas de racismo, discriminación, xenofobia e intolerancia”.

Por último, cabe decir que las sanciones de Occidente contra Rusia rebasan por mucho lo que sería aconsejable en tiempos de guerra. ¿Cuál es la razón para expulsar de las universidades eurooccidentales a los estudiantes rusos, para expulsar a Rusia del COI o de la FIFA? ¿Cuál es el sentido de despedir a un gran músico como Valery Gergiev de la Filarmónica de Múnich o de obligar a la cantante Anna Netrebko, rusa de nacionalidad austriaca, a retirarse de los escenarios por no condenar a su país de origen?

 

Comparte en Redes Sociales