El fin de año llega, para muchos, envuelto en el brillo de luces led, con el eco de las playlists navideñas y con la promesa casi hipnótica de un descanso necesario; para otros más es la temporada del “maratón Guadalupe-Reyes”, de las cenas con amigos y del brindis que clausura un año de retos. Sin embargo, querido lector, para millones de mujeres mexicanas la Navidad no comienza en la Nochebuena; empieza semanas antes, en el silencio de una lista mental que no conoce pausas.Mientras el mundo exterior parece bajar las revoluciones, puertas adentro de los hogares se activa una maquinaria de hiperexigencia física, mental y emocional que recae, casi por decreto cultural, sobre los hombros de las mujeres. Diciembre, lejos de ser un oasis de paz, se convierte en el mes del agotamiento invisible.
Y aquí es donde surge la pregunta que debemos hacernos antes de que se acabe el ponche: ¿Quién sostiene realmente la Navidad? Si es en su casa, las mujeres son las que decoran el árbol, organizan el intercambio, compran y envuelven regalos, planean el menú y se aseguran de que no falte la servilleta de color, no es una casualidad ni un “don natural”. Es trabajo. La Navidad se construye receta sobre receta, adorno sobre adorno, detalle tras detalle y con el trabajo de madres, abuelas, tías, hijas y hermanas. Un esfuerzo que, por cotidiano, ha sido históricamente invisibilizado. Como bien lo explica Angie Contreras, vocera del colectivo Mujeres Vivas, Mujeres Libres: “La Navidad no ocurre sola. Detrás de cada mesa puesta, cada regalo pensado y cada reunión familiar hay cuidado y carga mental que recaen, casi siempre, en las mujeres. Nombrar esa labor es el primer paso para reconocerla y repartirla”.
En este mes, esa carga se multiplica bajo un concepto que en sociología y psicología han denominado kin-keeping, o el “cuidado de los lazos familiares”. Se trata de esa labor invisible de organizar reuniones, recordar cumpleaños, mediar en los conflictos entre parientes, mantener la comunicación activa y asegurar que las tradiciones persistan. El problema no es buscar mantener unida a la familia ni el amor con el que se hace, sino que es un esfuerzo que suele pasar desapercibido para quienes se benefician de él, y que genera un desgaste profundo cuando no hay corresponsabilidad.
Usted sabe que en este espacio nos gusta hablar con datos, porque lo que no se mide no se atiende. Y la realidad en México es contundente. Según la ENUT 2024 del Inegi, las mujeres dedican, en promedio, 39.7 horas semanales al trabajo doméstico y de cuidados no remunerados, mientras que los hombres apenas destinan 18.2 horas. Estamos hablando de una brecha abismal de 21.5 horas a la semana. Imagínese esa diferencia potenciada por el estrés de las fiestas decembrinas.
Nos sale caro no reconocer este trabajo. Según la Cuenta Satélite del Trabajo No Remunerado de los Hogares de México 2023, también del Inegi, el valor económico de estas labores fue de cerca de 8.4 billones de pesos, lo que equivale a más de 26% del PIB del país. Para dimensionar: este aporte es superior a lo que generan muchas industrias estratégicas. De este total, las mujeres aportamos 71.5%. Es decir, la economía nacional —y, por supuesto, la “magia” de las fiestas— se sostiene sobre una base de trabajo gratuito realizado mayoritariamente por mujeres.
Hablar de la carga mental y emocional de las mujeres en estas fechas no es ser una Grinch. No es arruinar el espíritu festivo ni querer cancelar las posadas. Al contrario, es un acto de realismo y de justicia elemental. Es una invitación a que la cena de Navidad no sea el trofeo de guerra de una mujer agotada, sino el resultado de un esfuerzo compartido. Lizeth Mejorada, también portavoz de Mujeres Vivas, Mujeres Libres, pone el dedo en la llaga: “Hablar de la carga emocional de las mujeres en Navidad no es arruinar la fiesta, es hacerla más justa. Sin corresponsabilidad, la magia se sostiene a costa del cansancio de las mujeres”.
¿Qué pasaría si este año, en lugar de esperar a que “mamá nos diga qué hacer”, tomamos la iniciativa? Repartir la carga significa que los hombres y los hijos asuman la planificación, no sólo la ejecución asistida. Significa que el descanso sea un derecho universal en el hogar, no un privilegio masculino. Si no cuidamos a quienes sostienen la estructura familiar, la supuesta magia terminará por desvanecerse bajo el peso del resentimiento, desgaste mental o colapso físico. El reto de esta temporada es transitar del “te ayudo” al “me hago cargo”. Que este diciembre las luces no sólo iluminen las calles, sino también esas labores que ocurren en la cocina, en la planeación y en el corazón del hogar. Hagamos que la justicia llegue también a la mesa de Nochebuena. Sin cuidado para quienes sostienen la Navidad, simplemente no hay fiesta que valga la pena.
¡Felices fiestas, querido lector! La escribidora de esta columna también tomará un descanso para abrazar a la familia y tener descansada la mente para los retos informativos de 2026.
