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Los conservadores se fortalecen en Irán

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

No cabe duda que, tras el asesinato del general Qasem Soleimani, ejecutado por el ataque norteamericano del 2 de enero pasado, el nacionalismo iraní ha cobrado renovado impulso, generando en las masas populares un ansia de revancha y un reforzamiento de la consideración de que las políticas de las corrientes reformistas iraníes estuvieron equivocadas. En la medida en que el presidente Trump rompió unilateralmente el acuerdo nuclear firmado entre Irán y el G5+1 representado por E.U., Gran Bretaña, Francia, Alemania, Rusia y China, y las sanciones fueron reimpuestas, la convicción más generalizada hoy en día entre el público iraní es que la diplomacia no funcionó, y por tanto, la confrontación y la violencia constituyen las únicas vías para defender los intereses nacionales.

Para el 21 de febrero próximo están programadas las elecciones parlamentarias iraníes y, tal como están las cosas actualmente, cabe esperar que el resultado favorezca a los conservadores, permitiéndoles retomar la mayoría en el Majlis, o Parlamento, y debilitándose así el ala reformista y pragmática representada por el presidente Hasán Rohani, bajo cuyo mandato se firmó el acuerdo nuclear de 2015. Ello significará no sólo un paso atrás en cuanto a la liberalización de la vida social iraní, donde anidan, desde hace mucho en diversos sectores, aspiraciones de zafarse del yugo de la legislación teocrática estricta que norma un sinnúmero de áreas de la vida cotidiana, sino también un endurecimiento en temas de política exterior, donde la beligerancia subirá de nivel, con las implicaciones que ello tendrá para la de por sí inestable región del Oriente Medio.

El terreno quedará así preparado para que en las elecciones presidenciales, previstas para el verano del 2021, también un miembro del sector halcón gane la primera magistratura. De hecho, ya desde ahora hay, en el propio sector reformista, anteriormente alineado con Rohani, un desencanto que se ha revelado en demandas de que el presidente renuncie, sobre todo porque le atribuyen a su política ingenua, la responsabilidad por las penurias económicas derivadas de las sanciones reimpuestas por Trump.

No hay que olvidar que, poco antes del episodio del asesinato de Soleimani, las protestas populares en Irán, que se calcula movilizaron entre 130 mil y 200 mil personas y que fueron sofocadas sangrientamente, con un saldo de cientos de víctimas mortales, estallaron a partir del anuncio de un aumento en el precio de la gasolina. Las propias cifras presentadas por el Ministerio de Inteligencia Iraní a su parlamento detallan que la mayoría de los arrestados en las protestas eran desempleados, con niveles educativos bajos y con ingresos magros. El reforzamiento de las sanciones económicas anunciado por Trump puede vislumbrarse así como más gasolina para irritar y expandir el descontento iraní contra el actual gobierno encabezado por Rohani, quien representa al ala reformista de establishment político.

Así las cosas, y con la crisis que vivió el mundo hace unos días a partir del asesinato de Soleimani y la respuesta iraní de atacar con misiles dos bases militares de E.U. en suelo iraquí, cabe hacer una valoración de la decisión del presidente Trump de romper el acuerdo nuclear con Irán. Al comparar la situación que prevaleció entre 2015 y 2018, mientras se mantuvo el acuerdo, con la que presenciamos hoy en día, la evidencia es que definitivamente el mundo es ahora menos seguro que en aquel lapso.

Y es que Irán ha anunciado ya su plan de ir aumentando el nivel de enriquecimiento de uranio hasta donde considere necesario –o sea que renace el gran riesgo de su nuclearización, con su potencial de hacer añicos el frágil equilibrio regional–, además de que el encumbramiento de los conservadores en la cúpula política iraní promete una intensificación de las acciones de violencia contra sus presuntos enemigos, ya sea directamente desde Irán, o a través de sus llamados proxies, a saber, Hezbolá en Líbano, los huthíes en Yemen, el Khatib Hezbolá en Irak y el Hamas en Gaza. Por añadidura, la indignación que cundió por la liquidación de Soleimani entre la mayoritaria población chiita de Irak y los parlamentarios que la representan, parece apuntar a que E.U. tenga que emprender tarde o temprano la retirada de Irak, dejándole a Irán el terreno libre para expandir ahí su influencia con toda comodidad. O sea, el retiro de Trump del acuerdo nuclear se muestra cada vez con más claridad como un muy mal negocio no sólo para los norteamericanos, sino también para la seguridad mundial.

 

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