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India cierra sus puertas a los musulmanes

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

 

A pesar de que lo que llevó en 1947 a la creación de Pakistán como nuevo país escindido de la India fue fundamentalmente el conflicto religioso entre hinduistas y musulmanes, la minoría musulmana que permaneció en la India pudo vivir en un ambiente de aceptable democracia e igualdad gracias a la disposición y esfuerzos desplegados tanto por Gandhi como Nehru, quienes dirigieron al país desde su independencia de Gran Bretaña hasta 1964. Hoy, dentro de su población de casi 1,400 millones de personas, al menos 200 millones son musulmanes, constituyendo así la minoría religiosa más grande dentro de la India y en el contexto de la demografía mundial.

Esos 200 millones de musulmanes ciudadanos de India, más el resto de los fieles al islam en el planeta, acaban de recibir una bofetada del actual gobierno hindú encabezado por el premier Narendra Modi, quien, fiel a su postura ultranacionalista y excluyente, sobre todo respecto a los musulmanes, hizo aprobar una enmienda a la constitución de su país –Acta de Enmienda sobre Ciudadanía 2019– la cual modifica el criterio para determinar quién puede ser ciudadano de la India. Se trata de un documento que coloca a la religión como componente prioritario de la ciudadanía.

Y es que lo que ahí se asienta es que cualquier persona que llegue como inmigrante legal o ilegal de Afganistán, Bangladesh o Pakistán puede solicitar ciudadanía india, siempre y cuando pertenezca a las siguientes comunidades religiosas: hindú, sij, budista, jainista, parsi o cristiana. Los musulmanes quedan excluidos. Lo cual no sorprende si se conocen los antecedentes de Modi en estos temas: el Departamento de Estado de Estados Unidos le negó durante años visa al actual mandatario indio debido a su responsabilidad cuando era ministro del estado de Gujarat de haber reprimido de manera brutal protestas de la población musulmana en 2002, represión que dejó un saldo de un millar de muertos.

Esta postura discriminatoria no es exclusiva de Modi, sino que forma parte de la ideología del partido Bharatiya Janata hoy en el poder. El presidente de tal agrupación partidaria y también ministro de interior, Amit Shah, es furibundamente antimusulmán. Ha llegado a expresarse acerca de los migrantes ilegales musulmanes como “termitas” e “infiltrados”, amenazando con echarlos a la bahía de Bengala.

Como podía esperarse, este cambio en la Constitución de la India encarnado en la citada enmienda, ha provocado una indignada reacción dentro de las comunidades musulmanas en la India, y también en otros sectores liberales, conscientes de la aberración que significa esta exclusión en función de la identidad religiosa de las personas. Sobre todo en el seno del conglomerado estudiantil universitario se han desatado múltiples protestas en más de quince ciudades, ente ellas Nueva Delhi. Por ejemplo, en una de las plazas más céntricas de esa ciudad capital se reunió una pluralidad de ciudadanos de diversas identidades étnicas y religiosas, para realizar una lectura pública del preámbulo a la Constitución de la India, que declara a esta nación como “una república secular y democrática que ofrece libertad e igualdad a todos sus ciudadanos y que aspira a promover la fraternidad entre sus habitantes”. Como es sabido, este postulado ha sido también una herramienta fundamental para quienes desde diversas trincheras han luchado a lo largo de décadas contra la tradición hinduista que se empeña en preservar el cruel y aberrante sistema de castas aún vigente en importantes zonas de ese inmenso país.

El fenómeno de discriminación abierta hacia la gran minoría musulmana en India forma parte, por desgracia, de la ominosa atmósfera de xenofobia, exclusión, prejuicios y discriminación hacia los diferentes que se extiende en tantas partes del mundo con todo descaro. La tragedia de los rohinyas musulmanes masacrados y expulsados de Myanmar; la vergüenza del desembozado supremacismo blanco que hoy hace de las suyas en territorio estadunidense; el airado rechazo húngaro, polaco y checo a recibir refugiados musulmanes de Oriente Medio; la campaña de odio patrocinada por el régimen turco contra el pueblo kurdo; la cruel represión del gobierno teocrático de Irán contra su minoría bahai; las interminables batallas entre chiitas y sunitas en tantas partes, así como los cada vez más numerosos atentados antisemitas en Francia y en el propio Estados Unidos, son tan sólo la punta de un iceberg que crece día con día con toda desfachatez, a contracorriente de los valores más caros en los que se ha fundado el proceso civilizatorio de la humanidad.

 

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