Logo de Excélsior                                                        

Como nunca antes, Israel en caos

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

En mayo parecía que Israel había logrado superar, con bastante éxito, la embestida del covid-19. Las medidas de confinamiento, escrupulosamente monitoreadas por el gobierno, más la disciplina con la que la mayor parte de la población acató las órdenes, dieron como resultado el famoso aplanamiento de la curva y el descenso posterior en el número de contagios y fallecidos. Por entonces, y tras tres rondas electorales, al fin se había logrado integrar el nuevo gobierno de coalición, con Benjamín Netanyahu a la cabeza como primer ministro, y su rival, Benny Gantz, como el segundo de a bordo, a cargo del ministerio de defensa. Según lo acordado, éste habría de sustituir a Netanyahu en el puesto hacia octubre de 2021. Fue así que los méritos en cuanto al combate del virus fueron adjudicados a la conducción de Netanyhau, quien a pesar de estar enfrentando el inicio de su juicio por acusaciones de corrupción, había conseguido, sin embargo, domar a la epidemia.

Dos meses después, el panorama es radicalmente distinto. Un preocupante rebrote del virus ha tenido el efecto de derrumbar la popularidad del premier israelí y de desatar toda una serie de reclamos en su contra bajo la justificación de que en la segunda etapa de la enfermedad las políticas públicas puestas en práctica fueron improvisadas, mal calculadas, caóticas y reveladoras, según argumentan sus muchos críticos, de que su arrogancia y concentración en su juicio y en su destino político personal habían provocado el desastre en el que ahora se halla el país.

No sólo la cantidad de contagios, enfermos hospitalizados y fallecimientos siguen escalando, sino que también la economía nacional está severamente dañada. El número de desempleados se calcula en 900 mil, mientras que la cantidad de israelíes que viven por debajo de la línea de la pobreza es ya de 1.7 millones de personas, en un país cuya población total es de aproximadamente nueve millones. Mientras tanto, continúa la falta de claridad acerca de qué sectores de la economía tienen permiso de abrir, con oscilaciones frecuentes en las decisiones al respecto. Un día se aprueba que restaurantes, gimnasios y albercas se abran y pocos días después se anuncia lo contrario, con agrias discusiones entre miembros del poder legislativo y autoridades del ministerio de salud, por diferencias serias en la apreciación de los riesgos implicados en una u otra opción.

Una más de las reclamaciones al ejecutivo nacional ha sido su inacción para designar un comisionado especial para el manejo de las políticas públicas de cara a la pandemia, o como le llaman allá, un zar del coronavirus. Netanyahu ha pretendido seguir teniendo el mando casi total al respecto, y sólo hasta esta semana fue nombrado al fin el director del hospital Ichilov de Tel Aviv, Ronni Gamzu, como el especialista en salud y epidemiología a cargo de la responsabilidad de llevar la batuta acerca de lo que es necesario hacer para salir de este ascenso en los contagios.

Ahora bien, todo lo anterior —el covid-19, la economía desfalleciente, el desempleo galopante y la realidad de que quien ha dirigido las cosas durante los últimos meses es un hombre que enfrenta un juicio por acusaciones de corrupción— ha detonado una oleada de iracundas manifestaciones populares como no se habían visto en la historia de Israel. Afuera de la residencia oficial de Netanyahu, en Jerusalén; en plazas de Tel Aviv, en cruces y rotondas de muchas ciudades y frente a la Knéset o Parlamento, se suceden cotidianamente muestras masivas de repudio al premier.

Esta vez no se trata tan sólo de sus tradicionales opositores del centro y la izquierda israelí ni de la población árabe del país, sino que quienes noche a noche se dirigen con pancartas, música, gritos, silbidos y arengas son gente de procedencias e ideologías diversas, tanto laicos como religiosos, jóvenes y viejos, ciudadanos de estratos socioeconómicos distintos.

Para acabar de completar el caos, esta semana Netanyahu envió el mensaje de que ante las serias diferencias con sus aliados en la coalición pertenecientes al partido Azul y Blanco de Benny Gantz en el tema de la aprobación del presupuesto programada para agosto, existe la posibilidad de que dicha aprobación no se logre, provocando que el actual gobierno, de apenas unos meses de vida, tenga que disolverse, con la consecuente convocatoria a elecciones, otra vez, para noviembre. Serían los cuartos comicios en menos de dos años, algo inédito y por demás perjudicial para el país en un sinnúmero de áreas, más allá del hartazgo de su ciudadanía, hartazgo que ya desde ahora se manifiesta en decenas de miles de personas saliendo noche a noche a exigir la renuncia de Netanyhau al poder.

 

Comparte en Redes Sociales