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Arabia Saudita: peregrinación y trabajadores migrantes

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

 

Cumplir con el mandato del hajj, es decir, realizar la peregrinación a La Meca al menos una vez en la vida, es uno de los cinco pilares del islam, por lo cual cada año llegan a ese lugar entre 2 y 2.5 millones de musulmanes de los cinco continentes, deseosos de cumplir con los rituales que se celebran en los alrededores de la Kaaba. Esto ha ocurrido sin interrupciones durante 90 años, desde que el reino saudita se fundó.

Pero en esta ocasión las cosas están siendo diferentes. Justo en esta semana se está llevando a cabo la peregrinación, pero con una modalidad radicalmente distinta a la acostumbrada, ya que por efecto de la pandemia del covid-19 se ha reducido drásticamente la cantidad de fieles a la que se le ha permitido llevar a cabo las ceremonias propias de este importante ritual religioso.

Sólo mil personas han sido autorizadas, todas ellas residentes en el país, menores de 60 años y con preferencia a médicos y personal de seguridad que se han recuperado del coronavirus. Una clínica móvil acompaña permanentemente a los peregrinos, quienes deben usar todo el tiempo cubrebocas y cumplir con la sana distancia.

Ha quedado prohibida, además, la tradición de besar o tocar la sagrada Kaaba, lo mismo que beber agua del pozo Zamzam en La Meca. En sustitución se han repartido botellas de plástico que contienen el agua sagrada.

Como ocurre en todas las naciones del mundo, Arabia Saudita batalla por contener los efectos letales del covid-19. Con 34 millones de habitantes, presenta cerca de 270 mil contagiados y 2,800 fallecimientos. Pero hay que decir que de su población total, al menos 10 millones son trabajadores extranjeros procedentes de Asia y de otros países de Oriente Medio, quienes han resultado dramáticamente afectados por la actual crisis. De por sí desde siempre han sido objeto de un trato diferencial en comparación con los ciudadanos sauditas, y ahora, por efecto del confinamiento, la parálisis de la economía y el derrumbe de los precios del petróleo, una gran cantidad de ellos ha quedado desempleada y a la deriva. Sin sustento ni prestaciones sociales por parte del Estado, muchos de ellos se encuentran hacinados y mal alimentados en instalaciones en las que prevalecen condiciones propicias a altos grados de contagio.

De ahí que en estos últimos meses se haya generalizado entre ellos la aspiración a regresar a sus lugares de origen, pero desgraciadamente se han topado con que las autoridades de los países de su procedencia se han negado o han limitado su disposición a recibirlos de vuelta, alegando riesgos sanitarios y también la imposibilidad de absorber en un lapso tan corto una cantidad tan abrumadora de repatriados, más aún, en esta época de crisis económica galopante.

Por lo pronto, en el primer semestre de 2020, 300 mil trabajadores han salido de Arabia Saudita (2.5 por ciento de la fuerza de trabajo total del país), con 178 mil solicitudes más en trámite para conseguir la anhelada repatriación que los saque de la difícil situación en la que se encuentran, situación similar, por cierto, a la de los otros ricos países petroleros del Golfo Pérsico. Según lo reporta Human Rights Watch, tanto en Arabia como en los Emiratos, Kuwait, Omán y Qatar “…la pandemia ha expuesto las décadas de discriminación racial sistémica y el profundo sufrimiento que los trabajadores migrantes experimentan bajo los diversos sistemas laborales de los Estados del Golfo.”

La proporción de trabajadores extranjeros en esa región es la más alta del mundo. Son cerca de 30 millones en total, provenientes de India, Egipto, Pakistán, Filipinas, Bangladesh y Nepal. Constituyen una formidable fuerza de trabajo sin la cual la prosperidad de los ricos países del Golfo sería imposible.

Y la tragedia es que una buena parte de ellos no sólo ha vivido en condiciones de esclavitud moderna (a menudo sus empleadores les confiscan sus pasaportes para retenerlos y explotarlos a conveniencia), sino que ahora, con la plaga del covid-19, alterando el statu quo, se han convertido en individuos desechables que no cuentan ni siquiera con la suerte de ser bienvenidos en sus países de origen, incapaces de absorberlos de nuevo dadas las condiciones sanitarias y económicas que hoy ahí prevalecen.

 

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