B de Báltico

Nací a orillas del Báltico.

columnista invitado global

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Agnieszka Frydrychowicz-Tekieli*

El Báltico es hermoso. Aunque, en esencia, es un mar verde —debido a su baja salinidad y a la temperatura relativamente baja de sus aguas—, a veces cambia de color, incluso varias veces al día: del azul intenso cuando el sol brilla con fuerza, al gris acerado cuando se acumulan nubes de tormenta.

Pero el Báltico también puede ser peligroso y cruel. Durante gran parte de los meses de otoño e invierno, la temperatura del agua oscila en torno a los cero grados, y las olas, durante los frecuentes temporales, pueden alcanzar hasta diez metros de altura. Fue escenario de algunas de las mayores catástrofes marítimas, como el hundimiento del ferry Estonia en 1994, en el que murieron más de 850 personas, o el del ferry polaco Jan Heweliusz, que se hundió en 1993.

En Polonia, cuando se nos pregunta dónde pasamos las vacaciones, a menudo respondemos que estuvimos “en el mar polaco”. Las palabras importan, y este tipo de códigos lingüísticos suelen reflejar estados de conciencia colectiva y contienen mucha verdad histórica. Por supuesto, el Báltico es tan polaco como danés, sueco o letón, pero en nuestra historia ha desempeñado un papel excepcional. Fue nuestra ventana al mundo y, durante siglos, la principal arteria que nos permitió exportar materias primas y productos naturales que constituían la base de nuestra economía y, en los siglos XV y XVI, de la potencia de la Mancomunidad polaco-lituana. A finales de la década de 1930, el intento de la Alemania nazi de cortar a Polonia el acceso al Báltico fue uno de los focos de tensión que condujeron al estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Hoy, el mar Báltico desempeña un papel clave tanto en la seguridad como en el desarrollo económico de los países de la región. Es una zona de contacto entre dos órdenes —el mundo democrático y el autocrático—, donde las crecientes tensiones geopolíticas se traducen en amenazas reales para la estabilidad de toda Europa.

En el Báltico, Rusia intenta desestabilizar la situación, entre otras cosas mediante el uso de la llamada “flota en la sombra”: petroleros que navegan bajo banderas exóticas para eludir las sanciones internacionales. El aumento del número de incidentes, como los daños a cables submarinos o gasoductos, hace que el Báltico sea descrito a menudo como “el mar más peligroso del mundo”.

En este contexto, resulta indispensable reforzar la cooperación entre los Estados de la región y elaborar nuevas regulaciones jurídicas. Su objetivo debe ser una supervisión eficaz del tráfico marítimo, la protección de las infraestructuras críticas y la capacidad de reaccionar con rapidez ante las amenazas.

La importancia del Báltico tiene también una dimensión económica. Este mar es fundamental para el desarrollo de los puertos y de la logística, incluidos centros como el puerto de Gdansk, que constituyen nodos comerciales clave de Europa Central y Oriental. Al mismo tiempo, el Báltico desempeña un papel cada vez mayor en la seguridad energética de la región, tanto en relación con los parques eólicos marinos y la infraestructura portuaria asociada como con el descubrimiento de yacimientos de petróleo y gas, que incrementan su importancia como fuente de recursos.

En un sentido más amplio, el Báltico es el espacio donde se deciden los destinos del continente y donde chocan dos sistemas políticos distintos. Por lo tanto, Polonia, al ejercer la presidencia del Consejo de los Estados del Mar Báltico entre el 1 de julio de 2025 y el 30 de junio de 2026, ponga el acento en la construcción de una nueva arquitectura de seguridad y estabilidad en la región.

Durante las varias décadas transcurridas desde el final de la Guerra Fría, los europeos que se identifican como parte del mundo occidental vivieron en cierto modo desconectados de la realidad. Hablábamos, como los griegos en el periodo arcaico, “un mismo” idioma, creábamos organismos políticos similares y nos guiábamos por valores parecidos. Pero, al mismo tiempo, nuestras capacidades para actuar en materia de defensa frente a las amenazas se iban limitando de forma sistemática. Tal vez nos faltó también un sentido común del tiempo: ¿usábamos relojes de arena distintos? ¿O quizá mirábamos el mundo únicamente a través de las gafas rosadas del crecimiento económico, el bienestar, las sucesivas generaciones de consolas de videojuegos y teléfonos móviles? Esperábamos con impaciencia los estrenos de nuevas entregas de La guerra de las galaxias, olvidando que también convenía prepararse para las que se libran en la Tierra. Algunos politólogos llaman hoy a este estado de conciencia “vacaciones de la historia”. Fue como deambular entre la niebla o como un sueño del que despertábamos muy lentamente.

Primero llegó 2008 y la intervención rusa en Georgia; luego 2014, con la primera agresión de Rusia contra Ucrania y, finalmente, 2022 con la invasión a gran escala. Por supuesto, antes hubo señales: el genocidio perpetrado por los rusos en Chechenia, las injerencias de Rusia en las elecciones de Bielorrusia y Ucrania durante la Revolución Naranja, los asesinatos políticos de opositores y periodistas independientes, como Boris Nemtsov y Anna Politkóvskaya. Ante cada una de estas alarmas, muchos de nosotros pulsábamos el botón de “posponer”. Y a quienes intentaban despertarse y levantarse de la cama se les colocaba en la frente una etiqueta con la palabra “rusófobo”.

Uno de los principales objetivos oficialmente declarados por las autoridades rusas para la agresión contra Ucrania en 2022 era alejar la influencia y la infraestructura de la OTAN de las fronteras de la Federación Rusa. Una de las primeras consecuencias de esa agresión —y, a mi juicio, especialmente de los crímenes cometidos por el ejército ruso en Ucrania— fue la ampliación de la OTAN y la duplicación de la frontera rusa con la Alianza, de  mil 215 a 2 mil 50 kilómetros. El presidente Putin logró, así, “alcanzar” algo que ni siquiera Iósif Stalin o Leonid Brézhnev habían conseguido en el siglo XX: Suecia y Finlandia ingresaron en la OTAN, y el Báltico se convirtió en un mar interior de la Alianza. Sin duda, un gran éxito estratégico de la “operación especial antiterrorista”. Lo escribo entre comillas porque incluso los propagandistas del Kremlin ya llaman a la guerra, guerra.

Las fiestas navideñas y el Año Nuevo los pasaré con mi familia en Polonia. Tal vez consigamos escaparnos unos días al Báltico. Tenemos un lugar especial en la península de Hel. En Nochevieja, poco antes de medianoche, iremos a la playa. Hará mucho frío y viento. Por la mañana, el viento del oeste dispersará las nubes de tormenta. Quizás incluso salga el sol. En este tiempo de renovación y esperanza, les deseo a todos que puedan estar junto a sus seres queridos y que el amor por ellos llene sus corazones.

 

*Embajadora de Polonia