Maquiavelo... ¿era maquiavélico?
El Estado está por encima de intereses egoístas.
La política es el camino para que los hombres sin principios puedan dirigir a los hombres sin memoria. Voltaire
Existen dos definiciones del maquiavelismo. Una es la que estudia el pensamiento y la doctrina política del autor.
La otra incluye rasgos de un temperamento carente de empatía, egoísta; todas sus decisiones están subordinadas al beneficio personal; tiene una mente fría, calculadora y lleva una vida que rebosa en hipocresías y falsedades.
Está considerado inclusive, uno de los nueve factores oscuros de la personalidad – el “factor D” –.
Es realmente torpe y banal oír decir que alguien hizo algo maquiavélico porque traicionó, apuñaló por la espalda o es un aberrante falso e hipócrita y su nefasta jugada le salió bien... tal vez, momentáneamente.
¡Es como si coronáramos y ungiéramos al Tartufo de Molière!
“Maquiavelismo” o pensamiento “maquiavélico” no definen, al menos para mí, la verdadera aportación del filósofo político. ¿Y si mejor lo nombráramos, para distinguir, pensamiento “maquiaveliano”?
No importa. Al final es un tema de forma.
Lo vital es la comprensión del fondo del asunto. Nicolás Maquiavelo fue un hombre de su tiempo.
Desde mi personal punto de vista, ha sido uno de los grandes escritores del pensamiento político, más mal entendidos.
Es indudable que, al escritor, pensador, actor, experimentador de acciones, agente de causas y sufridor o gozador de sus consecuencias, hay que entenderlo como hombre de su tiempo... y de sus circunstancias. Ya lo dijo el filósofo español Ortega y Gasset.
Y los tiempos actuales requieren a personas que comprendan que la función del Estado está por encima de los intereses egoístas, particulares y partidistas.
En muchas naciones, la democracia se ha pervertido y existen gobiernos que parecen empeñados en hacer todo lo contrario a salvaguardar, administrar y conservar al Estado.
Son gobiernos execrables. En muchos casos, manejados por personas indecentes y carentes de conocimientos. Personas ególatras y sin la mínima conciencia de la gran responsabilidad y oportunidad que representa estar al frente de un gobierno y poder servir a su país.
Hemos caído en las “demagogias” – el gobierno de halagos, falsas promesas, que son populares, pero difíciles de cumplir y otros procedimientos que se usan para convencer al pueblo y convertirlo en instrumento de la propia ambición política.
En las “kakistocracias” –los gobiernos de los peores, los más incompetentes–.
Como diría Aristóteles: “Hay que tener cuidado con la democracia, porque mientras más democrática se vuelve, más tiende a ser gobernada por la plebe, degenerando en una octocracia”.
Y Polibio la complementa: “Cuando el pueblo es manipulado y decide sin información. Es el peor de los sistemas políticos, el ultimo estado de degradación del poder. La oclocracia se nutre del rencor y la ignorancia”.
