La Torre de Babel moderna... (1ra parte)
Vivimos en una parábola inversa y a la vez idéntica.
El despertar espiritual es el descubrimiento de la paz que siempre ha estado dentro de ti
Eckhart Tolle
En el relato bíblico de la Torre de Babel, la humanidad, unida por una sola lengua y un propósito común, decide edificar una construcción que alcance el cielo. Su motivación no era la supervivencia o el progreso colectivo, sino la hibris desmedida (orgullo excesivo, arrogancia o soberbia): “Hagámonos un nombre, por si fuéramos esparcidos sobre la faz de toda la tierra” (Génesis 11:4).
La respuesta divina no fue un castigo por ambición, sino una cura para una unidad corrupta por la arrogancia; confundió sus lenguas y los dispersó. Hoy, milenios después, vivimos en una parábola inversa y a la vez idéntica. No estamos construyendo una torre física con ladrillos y asfalto, sino un complejo entramado global de poder, tecnología y deshumanización.
Nuestra torre es intangible, pero sus cimientos son igual de frágiles: la ilusión de líderes que se creen dioses, un surrealismo gubernamental divorciado de la ética y la decencia, y una sociedad que, en lugar de ser esparcida, permanece en un letargo voluntario ante el abuso y la inconsciencia. Un surrealismo social incoherente e inconsciente que no ata ni desata; que camina como zombi en búsqueda de “quién sabe qué”.
La figura del líder moderno ha mutado desde la de un servidor público a la de un arquitecto demiurgo. En el relato original, el pueblo tenía un objetivo claro, pero hoy son los propios “líderes” quienes encarnan la hibris de la torre. Se sienten dioses en salas de juntas y palacios de gobierno, creyendo que sus decretos y algoritmos pueden moldear la realidad a su antojo. Su lenguaje no es el de la compasión o el servicio, sino el de la eficiencia despiadada, el control, la narrativa auto justificativa o falacias adornadas como frases ideológicas para darle “atole con el dedo” al pueblo.
Este surrealismo gubernamental se manifiesta en promesas vacuas que se esfuman como humo, en leyes que benefician a unos pocos mientras hablan de inclusión, y en una desconexión tan profunda con la realidad cotidiana de las personas que sus decisiones parecen extraídas de un relato kafkiano.
La ética del servicio y el amor al prójimo, pilares de cualquier contrato social saludable, han sido reemplazados por la lógica del poder por el poder mismo. Es la torre construida no para unirse al cielo, sino para elevar a una élite por encima del común de los mortales, creando una nueva Babel donde las palabras “verdad”, “justicia” y “bien común” han perdido su significado universal, convirtiéndose en dialectos convenientes para el que detenta el megáfono.
Sin embargo, una torre de arrogancia no puede sostenerse sin una base pasiva o complaciente. La sociedad contemporánea juega el papel trágico de los constructores adormecidos. En la Babel original, el pueblo actuaba con un propósito, aunque equivocado. En la nuestra, una parte significativa de la sociedad parece anestesiada, hipnotizada por el espectáculo constante de las pantallas y el consumo.
