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Ángel Verdugo

Ángel Verdugo

Tal cual

Hace años, en la época del dorado autoritarismo, era común que desde la Secretaría de Gobernación se dictaran “las 8 columnas” a los medios impresos y por supuesto, qué temas y cómo tratarlos en los más influyentes noticiarios de radio y televisión. En esencia, el periodismo de opinión —con las honrosísimas excepciones, por supuesto—, era la opinión presidencial o la de Gobernación, como solía decirse por aquellos años.

Con la llegada de Julio Scherer a la dirección de Excélsior de entonces y con él, un grupo de opinantes de valor y prestigio, ese medio se convirtió en una especie de “territorio libre” el cual, bien lo recuerdo, apoyó al Movimiento Estudiantil de 1968; asimismo, ¿cómo olvidar a los Reyes Estrada? También, algunos reporteros de El Día arriesgaban cotidianamente su trabajo; el nombre de alguno de ellos lo recuerdo por su actitud para con los estudiantes (Rodolfo Rojas Zea).

También, entre las otras excepciones a la línea que se dictaba desde Gobernación, estuvo Sucesos con Mario Menéndez al frente. Ofrezco una disculpa por no mencionar más nombres de quienes a costa de su estabilidad económica y seguridad personal, rechazaban lo que para casi todo el mundo era obligado obedecer. A estas alturas, ya la memoria me falla.

El periodismo de opinión ha sufrido en México, desde siempre, el rechazo y la condena del gobernante en turno —salvo, otra vez, las honrosas excepciones—; a pesar y por encima del disgusto de aquél, el periodismo de opinión ha salido adelante y si bien el precio a pagar por muchos ha sido elevado, el periodismo de opinión ha permanecido como el pilar por excelencia del periodismo en países donde la democracia ha sido mercancía escasa y las prácticas autoritarias, abundante.

En los tiempos actuales, no son pocos los países donde el periodismo de opinión sufre los embates del poder o, simplemente, ha logrado ser acallado temporalmente; los casos de Corea del Norte y la República Popular China junto con Hungría, Polonia y Turquía, y Cuba, Venezuela y Nicaragua, son ejemplos claros de lo que señalo.

La fobia contra el periodismo de opinión es tal, que en los años de Donald Trump, su país parecía estar más cerca de los que en los años sesenta identificábamos como Tercer Mundo, pero lejos de la gran democracia que ha sido y que hoy, vuelve a serlo, al llegar a la presidencia de ese país la sensatez y el respeto al que disiente y opina en libertad.

Las luchas que en México se han dado en favor del periodismo de opinión, son dignas de estar incluidas en el recuento de la lucha contra la tiranía. ¿Quién en su sano juicio negaría el papel jugado por Zarco, Posada y los hermanos Flores Magón entre muchos otros? ¿Quién intentaría borrar lo que decenas o cientos de periodistas hicieron durante el alemanismo y los gobiernos de Díaz Ordaz y Echeverría?

Por encima de esos ejemplos que nadie puede intentar siquiera reducirlos a la nada, ¿qué vemos hoy aquí? Es más, ¿es viable siquiera pensar en repetir aquellas experiencias de decirle a éste o aquél, de qué opinar y de qué no hacerlo? Si bien podrían estarse dando esos intentos, ¿tendrían éxito? Pienso que no, lo cual es evidente y la historia así lo demuestra. Por lo demás, eso no significaría en modo alguno que no haya quienes piensen, que sí es factible tener éxito en los intentos de silenciar opiniones no conformistas. Olvidan lo obvio: Siempre hay alguien dispuesto a decir las cosas, y un medio a publicarlo.

La democracia, lo sabemos, no se fortalece y mejora con la pretensión de éste o aquél, de definir los temas aceptables y aceptados para el que se arroga la facultad de convertir al periodismo de opinión en un coro de alabanzas y sumisión. Buscar ese objetivo inalcanzable e imposible de concretar es, en sí mismo, la condena de ese intento.

El mundo hoy, no únicamente México, necesita apertura para expresar libremente lo que se piensa de éste o aquel tema sin cortapisa alguna. Contra lo que pudiere pensarse, el periodismo de opinión fortalece la convivencia civilizada en vez de debilitarla; mejora sensiblemente la gobernación, y haría avanzar nuestra frágil democracia lejos de hacerla retroceder a tiempos idos.

Finalmente, ¿por qué el temor a las opiniones divergentes o distintas? ¿Qué lo explica? ¿La añoranza de un pasado donde, equivocadamente, se pensaba que la felicidad de los mexicanos era que todos pensáramos igual?

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