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Expresiones

Alberto Ruy Sánchez transforma las jacarandas en poesía

El autor refrenda su predilección por este género literario con su más reciente obra, Dicen las jacarandas, publicada por Era

Virginia Bautista | 05-01-2020
Alberto Ruy Sánchez transforma las jacarandas en poesía
Foto: Notimex

CIUDAD DE MÉXICO.

La jacaranda invita a la contemplación, al asombro, a la defensa de la naturaleza y de su misma existencia y a la reflexión, además, despierta una gran curiosidad. Por estas razones, comenta el escritor Alberto Ruy Sánchez (1951), estas flores lilas que cubren cada año las calles, los parques y las plazas de la Ciudad de México detonaron su voz poética.

A la sombra de este árbol que, por obra del jardinero japonés Tatsuguro Matsumoto llegó a la capital hace menos de un siglo, el poeta confeccionó su libro más reciente, Dicen las jacarandas (Era), con el que refrenda su predilección por este género literario. “Siempre he escrito pensando que la poesía está no sólo en el origen, sino en la médula de todo tipo de escritura”, explica en entrevista con Excélsior.

El autor de cerca de 30 libros está convencido de que la jacaranda invita a la contemplación, porque es un fenómeno natural radicalmente estético. “Su belleza llama la atención de inmediato. Es una flor rara, una copa torcida, es casi como un gesto, una campana silenciosa. Crece con fuerza en racimo y vuela ligera una por una”.

Añade que invita al asombro, porque su aparición siempre sorprende y su multiplicación durante un par de meses es inquietante. “Donde menos lo esperas ocupa calles enteras. Donde sólo hay una, se impone sin duda”.

Quien acaba de recibir en Suiza el Premio Poestate, del Festival de Poesía de Lucerna, compartido con Elsa Cross, agrega que esta flor motiva a la defensa de la naturaleza.

Es una planta agredida constantemente por personas que la odian, porque la consideran basura, en vez de apreciar la belleza de su tapete de flores caídas sobre el suelo. Es agredida por las compañías que se encargan del cableado de luz o de teléfono. La consideran un estorbo y se sienten con derecho a mutilarla o destruirla”, indica.

El también editor dice que la jacaranda es un aliciente para la reflexión. “Su presencia inquietante nos permite preguntarnos sobre el sentido que tienen los árboles en nuestra vida y cómo es nuestra relación con la naturaleza. Incluso, pensar en cómo mejorarla”.

 

Foto: Quetzalli González

 

Y dice que su presencia en la urbe despierta curiosidad. “¿Cómo llegó desde el Amazonas? Su historia migrante es interesante y significativa. ¿Por qué ayudó a implantarla un jardinero japonés? Y hay tantas cosas en ella, en sus historias de árbol viajero, que todavía no sabemos y vale la pena averiguar”.

El director de la revista Artes de México describe que una sección del libro está dedicada a recorrer “Cinco cosas que los árboles enseñan”, de la mano de Robert Frost, Eve Ensler, Marianne Moore, Hermann Hesse y Juan Ramón Jiménez.

En otra, pensada como un collage, cito las ideas principales de una veintena de escritores, muchos contemporáneos, directamente sobre las jacarandas. Culmina con la propuesta de Aurelio Asiain: ‘Si aprendiéramos a venerarlas con una atención sostenida, como los japoneses hacen con el cerezo, seríamos tal vez mejores ciudadanos’”, expresa.

En la contraportada de Dicen las jacarandas, Asiain destaca que “Es un libro íntimo, pero en el que alienta una utopía colectiva: el anhelo, vuelto ya proyecto, de una ciudad digna de sus jacarandas. Será un libro fecundo”.

Alberto Ruy desea que ojalá sea fecundo. “Nunca se sabe qué pasará con los libros. En todo caso, lanzo el reto y desde el comienzo trato de establecer los pasos para escuchar a las jacarandas. Las veo y descifro como lenguaje, y como detonadoras de lo posible en cada persona”.

Detalla que los primeros 12 poemas celebran y descifran “lenta y sutilmente” el surgimiento de las jacarandas, sus apariciones poéticas y su mitología. “La segunda docena está dedicada a la exploración del árbol en la calle. La tercera sección vuelve íntima la experiencia, todo sucede ‘calle adentro’. No por azar esta serie de poemas es un alfabeto, un modo de leer y escribir”.

A la pregunta de si existen vasos comunicantes implícitos entre esta contemplación de las flores y la de la amada que desarrolla en su poemario Luz del colibrí  (Premio Caracol de Plata), el doctor en Letras por la Escuela de Altos Estudios, París IV, admite que los dos libros crecen en el ámbito de la alerta máxima de los sentidos.

Hay una sensualidad necesaria y evidente en toda pasión por la naturaleza. Una constante de mis libros es la necesidad de escuchar a la mujer, de detenerse, callarse y escuchar. Que el título sea el modesto producto de esa escucha, y no algo anterior a ella.

Con la naturaleza se requiere otro tipo de escucha, pero también es necesaria esa humildad alerta, esa complicidad intensa y reflexiva”, concluye.

 

 

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