Gracias, Rafa. II
Gracias por hacernos creer, una vez más, en que los deportistas exitosos pueden ser humanos. Hace 19 años y medio, en el marco del exitoso torneo Abierto Mexicano de Tenis, una mañana, al estar desayunando con mi familia, apareció en el comedor del hotel sede un ...
Gracias por hacernos creer, una vez más, en que los deportistas exitosos pueden ser humanos.
Hace 19 años y medio, en el marco del exitoso torneo Abierto Mexicano de Tenis, una mañana, al estar desayunando con mi familia, apareció en el comedor del hotel sede un jovencito, Rafael Nadal, en ese tiempo de tan sólo 19 años, únicamente acompañado de su coach, su tío Tony Nadal, me llamó la atención que, a pesar de su juventud, era muy fornido y, a la vez, melenudo.
Apenas la semana anterior, sin tener un conocimiento previo de su carrera como profesional, me llamó la atención que se impuso en un torneo en Brasil, también en arcilla, en Costa de Saouipe, resultaba sorprendente la potencia, le entrega, pero, sobre todo, me maravilló la manera de angular los tiros para sacar de la cancha al rival. Rafa llegó en 2005 como un perfecto desconocido al bello puerto de Acapulco, Guerrero, y, sencillamente, con su triunfo conquistó a la afición local.
Aquel jovencito que irrumpió, y que ganó sus segundo y tercer títulos como profesional en Brasil, y después en México, de manera muy rápida ascendió increíblemente al ganar en ese mismo año, además de los torneos mencionados con antelación, el Conde de Godó en Barcelona, el ATP 1000 de Monte Carlo, el ATP 1000 de Roma, Roland Garros, el ATP 1000 de Canadá, así como el de Madrid, entre otros, lo que realmente es una verdadera locura, un año prodigioso del que más adelante se consolidó como el mejor del planeta, situación por la cual luchó durante dos décadas con el inmenso Roger Federer y Novak Djokovic, una carrera ejemplar que llega a su final.
La irrupción de Nadal en el panorama del tenis en ese 2005 puede ser considerada como única y podría ser irrepetible; lo que hizo ese jovencito es, sencillamente, maravilloso.
La mayor de mis hijas, que en ese entonces tenía 14 años, y que tiene una memoria prodigiosa, me recordaba que en ese desayuno en Acapulco al que llegaron los Nadal a la mesa contigua, aún en calidad de desconocidos, sirvió para que yo les hiciera un pronóstico, que, al paso del tiempo se convirtió en realidad, ya que en la plática de sobremesa les vaticiné que ese chico sería un futuro número uno del mundo, pues el tenis del que era poseedor resultaría disruptivo y difícilmente le podrían ganar en arcilla, donde sumó la gran mayoría de sus títulos, sin duda, el mejor de la historia en esa superficie.
Nuevamente, gracias, Rafa Nadal, gracias por hacernos creer, una vez más, en que los deportistas exitosos pueden ser humanos, sencillos, altruistas, con valores familiares, pero, sobre todo, buenas personas.
Eres un campeón de vida. Gracias.
