Madutrump (et al.)

Yuriria Sierra

Yuriria Sierra

Nudo gordiano

El espejo nunca miente. Donald Trump y Nicolás Maduro se miran en él y encuentran la misma silueta. Dos autócratas narcisistas que, desde extremos ideológicos supuestamente opuestos, comparten el mismo manual de operación autoritaria. Uno se disfraza de libertador americano; el otro, de revolucionario bolivariano. Ambos son depredadores institucionales con trastornos de personalidad en el poder.

En su segundo mandato, Trump ha firmado 150 órdenes ejecutivas en tres meses —26 el primer día—, arrasando con controles y contrapesos. Maduro lleva más de 1,600 presos políticos y asesinó, al menos, 25 personas tras el fraude electoral del 28 de julio de 2024. Ambos comparten el kit básico del autoritarismo del siglo XXI.

Primero, las emergencias fabricadas. Trump invoca una “invasión” migratoria inexistente para arrogarse poderes de guerra. Maduro usa la “amenaza imperialista” para justificar represión masiva. Segundo, el asalto institucional. Trump revocó credenciales de seguridad a Biden, Harris y Clinton, atacó bufetes que lo investigan y desplegó militares en migración. Amnistía Internacional documenta que creó “una emergencia de derechos humanos” con “tácticas autoritarias”. Maduro convirtió el Tribunal Supremo, el Consejo Electoral y las Fuerzas Armadas en extensiones del PSUV. Human Rights Watch documenta torturas sistemáticas y ejecuciones extrajudiciales como políticas de Estado.

Tercero, persecución de disidentes. Trump consideró suspender el habeas corpus. Maduro detuvo a más de 2,000 personas arbitrariamente, incluyendo una doctora condenada a 30 años por un audio de WhatsApp. Cuarto, ataque a la prensa. Trump cerró Radio Free Asia y Radio Free Europe. Maduro (y Chávez antes que él) hizo lo mismo con los medios libres en Venezuela, pero, además, encarcela periodistas y convirtió la crítica en traición. Quinto, fabricación de enemigos. Trump caracteriza migrantes como invasores. Maduro culpa al “imperialismo yanqui” de la catástrofe que él creó: el PIB venezolano se desplomó más del 80% entre 2013 y 2021.

Sexto, culto a la personalidad. Ambos requieren adulación constante, no toleran la crítica y carecen de empatía. Séptimo, fraude electoral. Trump insiste en que le robaron en 2020 y declaró que, si ganaba, “en cuatro años no será necesario que voten”. Maduro robó las elecciones del 28 de julio, a pesar de perder por amplio margen.

No están solos. Un estudio de Brigham Young analizó líderes entre 2000 y 2018: Chávez obtuvo el puntaje más alto de populismo (1.9), seguido de Maduro (1.6). Los Estados gobernados por populistas saltaron de 7 a 14, y las personas bajo ese tipo de gobiernos pasaron de 120 millones a más de 2,000 millones. Orbán, Erdogan, Ortega, Bukele, AMLO, Putin, Modi, Milei —todos comparten el patrón: desprecio institucional, ataques a la prensa, persecución de opositores, uso del miedo como arma.

¿Cómo ponerles límites? La historia enseña que sólo respetan límites institucionales inquebrantables. Se necesitan reformas constitucionales que blinden organismos electorales y tribunales con mecanismos anticaptura partidista. Congresos con facultades reales de investigación. Protección legal férrea a la prensa que incluya criminalizar los ataques gubernamentales. Límites efectivos a poderes de emergencia con revisión judicial automática. Mecanismos internacionales de rendición de cuentas que de verdad castiguen. Educación cívica masiva. Y prohibición de reelección indefinida —los narcisistas nunca se van voluntariamente (y cuando parece que se van, sólo lo finjen). Trump y Maduro nos muestran algo aterrador: el autoritarismo no requiere ideología, sólo ego descontrolado y ausencia de límites. El resultado es siempre el mismo: ciudadanos aterrorizados, instituciones capturadas, oposición encarcelada, prensa silenciada.

En junio de 2025, las búsquedas sobre “autoritarismo” llegaron a su punto más crtítico en cinco años en EU. Los venezolanos llevan años viviendo la definición. Los estadunidenses ahora la aprenden en carne propia.

El espejo no miente. Trump y Maduro son la misma pesadilla con distinto acento. Dos narcisistas patológicos con ejércitos, credenciales democráticas robadas y casi cero escrúpulos. El Madutrump es el monstruo político del siglo XXI —y sigue reproduciéndose. La pregunta ya no es si las instituciones democráticas sobrevivirán. Es si tendremos la valentía y sabiduría de fortalecerlas antes de que sea demasiado tarde.