Los Menéndez

Los hombres suelen tardar más en hablar sobre el abuso, y muchos jamás lo hacen.

En 1989, el caso de los hermanos Menéndez sacudió a Estados Unidos: Lyle y Erik, dos jóvenes de una acaudalada familia de Beverly Hills, asesinaron a sus padres, José y Kitty, en su propia casa. Lo que inicialmente parecía un crimen movido por la ambición hereditaria se transformó en una revelación impactante durante el juicio: ambos alegaron haber sufrido años de abuso sexual, físico y emocional a manos de su padre, algo que, según ellos, llevó al trágico desenlace.

La serie y el documental en Netflix han reavivado el interés en el caso, no sólo por el morbo del crimen en sí, sino por la discusión más profunda que plantea sobre el abuso sexual parental y el silencio que lo rodea, especialmente cuando las víctimas son hombres. A menudo, la sociedad se muestra incapaz de procesar la realidad del abuso hacia varones, asociándolo erróneamente con debilidad o falta de masculinidad. La narrativa dominante tiende a privilegiar la idea de fuerza y resistencia masculina, lo que perpetúa la invisibilización de estos casos y la vergüenza de las víctimas al alzar la voz.

El problema del abuso sexual infantil es de dimensiones globales. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), aproximadamente una de cada cinco niñas y uno de cada 13 niños han experimentado abuso sexual durante su infancia. Sin embargo, los casos de abuso hacia hombres se denuncian con menor frecuencia, en parte debido al estigma asociado, al miedo de no ser creídos y a la dificultad de obtener apoyo adecuado. La American Psychological Association (APA) ha señalado que los hombres suelen tardar más en hablar sobre el abuso, y muchos jamás lo hacen, lo cual agrava su trauma y perpetúa el ciclo de silencio.

En el juicio de los Menéndez, esta incredulidad se hizo evidente. A pesar de los testimonios desgarradores y de la evidencia que sugería un patrón de abuso, la defensa basada en la teoría del abuso sexual fue ridiculizada por gran parte del público y los medios. La percepción general era que se trataba de un pretexto inventado por los hermanos para eludir la justicia, una estrategia para suavizar la brutalidad de los asesinatos. El juicio reflejó la profunda resistencia social a aceptar que el abuso sexual parental no sólo existe, sino que además puede ser devastador, sin importar el género de la víctima.

Ahora, tres décadas después, surge una nueva posibilidad de justicia para los hermanos Menéndez, con la posibilidad de libertad tras más de 20 años de prisión. Este cambio se debe a la creciente conciencia sobre el abuso sexual y la revalorización de testimonios previos que podrían otorgarles un nuevo juicio o, al menos, una reducción de la sentencia. La atención mediática renovada y la creciente simpatía del público hacia ellos podrían influir en esta decisión, pero la pregunta más profunda sigue siendo: ¿Estamos realmente preparados para escuchar y aceptar la complejidad del abuso sexual, especialmente cuando las víctimas son hombres?

El caso de los Menéndez nos recuerda la importancia de creer a las víctimas y de romper el silencio que protege a los perpetradores. Mientras el mundo debate sobre su liberación, queda claro que la conversación sobre el abuso sexual parental y sus implicaciones apenas está comenzando. Es un tema que demanda urgencia, empatía y, sobre todo, un cambio cultural que permita a todas las víctimas ser escuchadas, sin importar su género ni su raza ni su nivel de escolaridad o posición socioeconómica... El abuso destruye. El silencio envenena. La injusticia mata.

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