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La herencia

Yuriria Sierra

Yuriria Sierra

Nudo gordiano

Donald Trump reapareció en redes, por unas horas, solamente para decirle a su base, y al mundo, que se va, pero se queda. A esos 75 millones de estadunidenses que votaron por él les ha enviado un mensaje de aliento.

Sí, perdió esta elección —finalmente lo reconoció—, pero a partir de que su cuenta de Twitter vuelva a ser la de un “ciudadano cualquiera” comenzará el trazo del camino, el afinado de la que llama ya una “gigante voz” para el futuro, el suyo y el de los millones de electores que el pasado 3 de noviembre le dieron su aval para que permaneciera en la Casa Blanca, esos “grandes patriotas”, como prefiere llamarlos. Trump se va con el peso de cinco personas muertas y con el abandono institucional, eso parece (o quisiéramos). Al menos diez de sus colaboradores renunciaron en los últimos dos días. Y aunque Mike Pence rechazó invocar la Enmienda 25, los demócratas se alistan a votar un posible nuevo impeachment la próxima semana. ¿Les alcanzará?

Aunque el tema ya no es si Donald Trump entorpecerá la llegada de Joe Biden ni si logran sacarlo antes del 20 de enero. Ya dijo que no irá a la Inauguración, será el primer presidente saliente desde 1860 que no asiste a la investidura de su sucesor. Ahora el asunto es qué tanto vigor puede tomar un movimiento que en los últimos cuatro años sorprendió, no sólo por revelar su robusta existencia, sino por nutrir sus filas a tal grado que la elección no resultó en una diferencia de votos mayor a los diez millones. Y sí, esta cifra podría resultar enorme en cualquier contexto, pero hablamos de votantes de Trump, esos que celebran la segregación, el odio y las diferencias, un discurso que creímos estar dejando atrás.

Tras los hechos en el Capitolio, esas imágenes históricas, la encuestadora YouGov preguntó a mil 397 partidarios del Partido Republicano si consideraban justo el estallido: cuatro de cada diez dijeron que sí. Y aunque el mismo número lo reprobó, lo que asusta, sin duda, es la cantidad de personas que apoyan movilizaciones como la que vimos el miércoles pasado, esas protestas capaces de dinamitar su propio país sólo por defender cualesquiera que sean sus posturas.

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Ésa es la mayor preocupación ahora. Ya no es Trump, sino el fruto de la semilla que sembró. En cuatro años, el aún presidente habrá también cosechado enemistades con el poder de cortarle el camino para una posible candidatura en 2024. Si su vicepresidente no avaló la narrativa del fraude, tampoco le dio la estocada final apoyando el deseo de destitución de los demócratas; pero no todos sus cercanos le guardarán la lealtad suficiente para mantenerlo en el reflector.

El asunto es que podrá no ser Donald Trump, pero, sin duda, podrá ser alguien más que milite con esa narrativa supremacista, populista y nacionalista. Podrá ser alguien más con espíritu renovado, un rostro fresco, una figura dispuesta a apostarlo todo por esos ideales que creíamos fuera del orden mundial, pero que gracias a figuras como Trump salieron de las sombras. Qué bueno que el gran bully del mundo actual se va. Twitter le suspendió su cuenta indefinidamente. Ahora, a preocuparnos por quién viene detrás de él.

 

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