Emilia Pérez o el espejo punzante
Hay obras que llegan en el tiempo exacto para ser el espejo incómodo de una sociedad que prefiere no mirarse demasiado de cerca.Emilia Pérez, ganadora del Premio del Jurado en el Festival de Cannes, es una de esas obras. Antes de que la película se estrene en México ...
Hay obras que llegan en el tiempo exacto para ser el espejo incómodo de una sociedad que prefiere no mirarse demasiado de cerca. Emilia Pérez, ganadora del Premio del Jurado en el Festival de Cannes, es una de esas obras. Antes de que la película se estrene en México ya ha generado una controversia que no sorprende, pero que revela mucho sobre nuestras contradicciones más profundas. Jacques Audiard traduce nuestras terribles tragedias nacionales a un lenguaje accesible y magistalmete entretenido, es un recordatorio de que el arte puede ser el espacio donde lo innombrable encuentra voz. Y también de que, a veces, esas voces tienen que venir desde fuera para decirnos lo que nosotros, por mero mecanismo de supervivencia, no queremos escuchar.
Emilia Pérez es, sin duda, una obra maestra que enfrenta, sin titubeos, las heridas abiertas de México: la narcocultura, la crisis de los desaparecidos, la misoginia, la transfobia y la violencia extrema que todo lo abarca. Pero lo hace desde el lenguaje del musical, un género que podría parecer, a primera vista, incompatible con la crudeza de estos temas. Sin embargo, esa disonancia es precisamente su mayor virtud. La película transforma el horror en un espectáculo que no banaliza, sino que amplifica la incomodidad. Al musicalizar la tragedia, Emilia Pérez la hace más visible, más visceral y, paradójicamente, más soportable, como si el arte fuera la única manera de mirar lo insoportable sin desmoronarnos.
Lo que hace que Emilia Pérez sea aún más fascinante —y polémica— es que su crudeza narrativa parece inalcanzable desde el interior de México. ¿Cómo podría un cineasta mexicano o mexicana abordar, con la misma distancia crítica, los horrores que vivimos día a día sin que nos troce el alma? Quienes critican la película (incluso sin haberla visto), tal vez lo hacen desde un lugar de incomodidad que no se atreven a nombrar: la obra no es sólo una ficción, sino una provocación, una sacudida insoportable a nuestras tantas normalizaciones de la violencia mexicana. No es sólo un musical; es un diagnóstico cultural, político, social. Y ese diagnóstico duele. Emilia Pérez no podría haber sido creada desde México porque el trauma colectivo necesita, a veces, ser procesado desde fuera, con una distancia que permita transformar la herida en arte.
Lo que Emilia Pérez logra, y que pocos se atreven a intentar, es dar un sentido estético a una realidad que parece haber perdido todo sentido. El musical, con su exceso, su artificio y su teatralidad, es el medio perfecto para representarla sin caer en el sentimentalismo ni en la insensibilidad. Al hacerlo, nos obliga a enfrentar nuestras propias contradicciones: ¿cómo hemos llegado a normalizar lo inaceptable? ¿Cómo podemos seguir bailando —literal o figurativamente— mientras el país arde y sangra cotidianamente? La controversia que rodea a Emilia Pérez es un síntoma de su eficacia. La crítica es un mecanismo de defensa psicoemocional. Es más fácil rechazar la representación que enfrentar lo que nos está representado. El cine, como cualquier forma de arte, no existe para complacer. Existe para incomodar, para cuestionar, para sacudir. Y en un país donde la violencia se ha vuelto la música de fondo, donde el dolor colectivo se vive con un estoicismo que raya en la negación, Emilia Pérez es casi un terremoto necesario. No será fácil verla, porque nos obliga a mirar demasiado cerca. Por eso no podemos ignorarla. En última instancia, es una obra profundamente mexicana, aunque venga de manos extranjeras. Porque no hay nada más mexicano que esta combinación de tragedia y celebración, de dolor y resistencia, de horror y de belleza.
El estreno en México será, sin duda, un momento de confrontación. Algunos la amarán (como es mi caso), otros la odiarán, pero nadie podrá ignorarla. Porque Emilia Pérez es un espejo que nos devuelve una imagen que hemos intentado evitar y esconder bajo la alfombra. Es un recordatorio de que el arte puede hacer lo que las palabras no alcanzan: transformar el trauma en narrativa, el dolor en canción, y la tragedia en un acto de resistencia poética. Así que, cuando la veamos, quizás sea hora de escuchar lo que Emilia Pérez tiene que decirnos. Tal vez descubramos que esta obra no sólo traduce nuestras tragedias, sino que también nos ofrece un camino para procesarlas. Y eso, en un país donde lo insoportable parece haberse vuelto normal, es un enorme ventanal a la esperanza.
