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Manual básico para entender a AMLO

Viridiana Ríos

Viridiana Ríos

Para entender a AMLO hay que dejar de obsesionarse con su historia como opositor, y comenzar a entender a cabalidad qué fuerzas lo sacaron de ahí.

AMLO ganó la elección de 2018 porque superó el trauma de 2006. Lo hizo porque, sabiendo que podía perder (por muy poco) y que los poderes fácticos le jugarían en contra, decidió jugar a ganar en 2018, y a ganar con todo. No escatimó alianza alguna. AMLO se acercó a todos y a todo, incluyendo (literal) a Dios. Por eso, desde que México es una democracia, ningún presidente había ganado con tantos y tan diversos votos.

Así, AMLO logró que no se soltara el tigre, pero sólo a costa de sacarse la rifa del tigre: su arrollador éxito electoral le dejó demasiados y muy contradictorios aliados. Esa alianza esquizoide que lo llevó a la victoria es el principal dilema de AMLO, y un dilema que marcará su forma de gobernar en cuatro formas.

Primero, no le puede apostar a satisfacer a su base. Su base es demasiado diversa como para quedar homogéneamente satisfecha. Por ello, AMLO sólo le puede apostar a una cosa: dar resultados. Y a darlos en lo único que une a todos los mexicanos, independientemente de su ideología: la violencia.

El gobierno de AMLO sacrificará a todo y cualquier cosa para escuchar a quien le muestre mayor capacidad de dar resultados de forma inmediata en cuanto al control de la criminalidad. Hoy los militares tienen ese lugar privilegiado. En un año, si no logran dar resultados, la balanza cambiará. El común denominador de cualquier política de seguridad será la exigencia de que dé resultados efectivos y rápidos.

Segundo, AMLO opera con un equipo diverso de colaboradores unidos por su creencia en el liderazgo de López Obrador, pero no por mucho más. Por ello, AMLO buscará administrar directamente las cuestiones que le importen más (violencia), permitir la experimentación en los asuntos que le sean menos prioritarios, y mantener la cohesión de su equipo con base en premisas sencillas.

La coordinación se dará con instrucciones de brocha gorda, permitiendo al equipo dar pinceladas. Claro, con AMLO validando la pintura final. Todos sus colaboradores saben, por ejemplo, que los 25 programas prioritarios no se tocan, y que la austeridad llegó para quedarse. Cómo se logre el resto de los asuntos o qué se sacrifique, importa menos. Se premiará a quien dé resultados y punto.

Tercero, AMLO sabe que el pegamento de su gobierno es el apoyo popular. Morena es un movimiento de hartazgo en contra de los partidos tradicionales. Por ello, deberá tener un discurso que ayude a mantener y alimentar una hegemonía como representante único de la base social de México. Hablar de valores como la honestidad es la clave, utilizar consultas ciudadanas para mantener a sus aliados (y opositores), discutiendo la agenda que Morena escoja, lo es también. En política no se tienen que dar muchos resultados para capturar almas, sobre todo si la oposición se encuentra (como lo está ahora) en una absoluta bancarrota intelectual y ética. La extensión de programas sociales y el efectivo manejo de la comunicación política en las conferencias mañaneras serán activos valiosos.

Finalmente, AMLO entiende que el diseño institucional y legal mexicano es, en muchas ocasiones, impecable, en papel. Por esto, atribuye la falta de resultados a la falta de voluntad por parte de los funcionarios y la clase política a seguir las reglas. Esto no es del todo falso. Por ello, su sexenio se caracterizará más por enfatizar los procesos de reclutamiento (las personas contratadas) que por mejorar los incentivos institucionales.

AMLO no debe ser un presidente radical a ciegas, sino un presidente que busque ser radicalmente efectivo y democrático. Ésa debe ser su brújula. Hoy en día, no hay nada más radical en México que hablar de democracia. De democracia verdadera.

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