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Ante la #CaravanaMigrante, ¿tendremos la altura?

Viridiana Ríos

Viridiana Ríos

Mientras escribo estas líneas, la #caravanamigrante está estacionada en un parque de Chiapas. El puente México-Guatemala es prácticamente un campo de refugiados. No es claro cuándo o cómo llegará ayuda.

La caravana y la histórica foto de un hombre corriendo con su niña en brazos me hizo recordar algo que me pasó a los 14 años y que quisiera compartirles.

Un día qua hacía mucho calor se me hizo fácil beber agua de la llave. Yo vivía en Mérida. Mi mamá era cajera de ADO en el turno de la noche. Ella ganaba el mínimo y mi papá era repartidor de comida. Yo no tenía IMSS, no sé si no tenía IMSS porque mi mamá era informal o porque no me dio de alta.

Me empecé a sentir muy mal del estómago. Mi papá me llevó al hospital y para cuando llegamos, yo ya estaba a punto de desmayarme. Había vomitado toda mi ropa. Me había hecho del baño en los pantalones. Entramos al hospital, mi papá cargándome. Tenía miedo. Mi papá tenía 33 años. Rogaba que nos dejaran pasar sin seguro.

Una enfermera me dejó pasar violando las reglas del hospital y me atendió en una silla. No había camas porque estaban ocupadas todas. El suero, su valentía y generosidad me salvaron.

La enfermera no me pidió mis papeles. Ni me dijo que no podría hacer nada hasta que llegara la documentación pertinente. Las puertas del hospital simplemente se abrieron. Y por ello, me salvé.

Hoy cuento esta historia dándome cuenta de que muchos abogan por que México no actúe con los inmigrantes hondureños de la misma forma en la que esa enfermera actuó conmigo cuando yo estaba enferma. Se argumenta que los inmigrantes debieron haber esperado hasta que el Instituto Nacional de Migración (INAMI) les diera papeles, o que son delincuentes que volverán aún más limitada la oferta de trabajo en México. Ambas aseveraciones son profundamente equivocadas y cortoplacistas.

Esperar no era una posibilidad para estas personas. Creer que lo era es refugiarse en el falso consuelo de los privilegiados. Más aun, económicamente el impacto será mucho menor si comienza a actuar de inmediato en recibirlos de forma formal y con papeles. Existe amplia evidencia empírica (Clemens, et al, 2018) de que el daño económico para las naciones receptoras de trabajadores no documentados es mayor cuando no se les permite formalizarse.

Las personas sin papeles no pueden ser productivas o asistir a la escuela y por ello se convierten en refugiados que tienen que vivir del apoyo internacional. La forma más rápida de evitar que se conviertan en una carga fiscal no es rechazarlos, sino ayudarnos a que se integren al mercado laboral. Esto es posible y deseable.

Los inmigrantes calificados pueden generar puestos de trabajo y empresas, como lo hizo el flujo de migrantes. Los menos calificados tienden a tomar los puestos de más bajo nivel salarial, dejando a los nacionales no en el desempleo, sino en posiciones de mejores salarios (Clemens y Hunt, 2018; Foged y Peri, 2016). No existe evidencia de que, cuando inmigrantes de bajo nivel educativo entran a un país, los salarios de los locales bajan (Card, 1990; Peri y Yasenov, 2017).

Por el contrario, entre más rápido se apoye a los migrantes a entrar a la economía formal, más rápido se permitirá que contribuyan fiscalmente pagando impuestos. México puede y debe exigir ayuda de la comunidad internacional para capacitar a los migrantes y dar apoyos a las empresas que los empleen sin desemplear nacionales.

Políticamente, México tiene que mostrar a la comunidad internacional los estándares con los cuales se debe tratar a los migrantes para que, con esa misma barra, exijamos que se trate a los nuestros. Estar en buenos términos con Trump no ayudará a México en el largo plazo. Trump no tiene interés en que México esté bien. México debe comenzar a crear alianzas con la comunidad internacional y ésta es una forma de lograrlo.

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