Las elecciones del domingo pasado dejaron como lección que todo puede suceder en un México mágico y musical, que el “nunca”, “no” o “para nada” deben desaparecer del lenguaje ciudadano en lo que a política se refiere y que el “sí” puede ser un contundente “no”, y un “no” un decisivo “sí”.
“Para nada” podría conseguir Morena una mayoría calificada, “hay cinco estados que podrían perder, además de las capitales, la gente no les dará todo el poder”, decían analistas y vaya equivocación. Hoy, Morena está presumiendo contar con esa mayoría en la Cámara de Diputados y acariciando la misma suerte en la de Senadores. Envalentonado, Ignacio Mier salió a decir que aprobarían todo el plan C que Andrés Manuel López Orador anunció el 5 de febrero. Cosa que no le gustó, y sigue sin gustarles, a los mercados.
“Claudia Sheinbaum jamás alcanzará los mismos votos que el Presidente”, “las encuestas son ridículas, si realmente se tuvieran más de 20 puntos de distancia, se hablaría de que Sheinbaum es más popular que López Obrador” y, sin embargo, cual meteorólogo de televisión, el pronóstico falló y esperando un cielo despejado se vino un nubarrón.
“La gente nunca podría votar por Morena en Veracruz o Morelos con los resultados entregados por sus gobernadores”, clamaban los conocedores. No obstante, Rocío Nahle y Margarita González serán gobernadoras. “En Yucatán seguro gana el PAN, no por nada su gobernador siempre obtuvo altas calificaciones de popularidad y desempeño”. Sin embargo, el PAN perdió, los yucatecos hicieron cochinita pibil con este partido.
En la Ciudad de México, las marchas rosas que llenaron el Zócalo y aplaudieron a Xóchitl Gálvez con fervor eran “las pruebas de que la Ciudad es de la oposición”. El rosa se volvió gris y la confianza se volvió frustración. “Si vota más del 62%, Morena pierde”, pero resultó que con una participación ciudadana de casi 61%, el partido guinda arrasó. “MC hará el ridículo al postular a un candidato sin coligarse con la oposición” y, sin embargo, tuvo el mejor resultado de su historia y ahora ya lo van a dejar sentarse en las mesas de negociación con los mayores.
El 3 de junio, muchas de las personas que estaban convencidas de que el cambio llegaría se toparon con una cruda realidad: la gran mayoría, 36 millones decidió refrendarle su confianza al Presidente y su partido. Hablar de fraude es como el borracho que se niega a irse de la fiesta, aunque la música ya se apagó y las luces se prendieron.
Ahora, si los pronósticos fallaron en las elecciones, tal vez los pesimistas que presagian un desastre bajo un partido hegemónico podrían equivocarse. Sería altamente deseable que quien piense que Sheinbaum hará lo que el Presidente diga y que cederá a los caprichos del tabasqueño se equivoque. Por ejemplo, sobre la aprobación de las reformas del plan C, se verá si prevalece la opinión de ella en el sentido de que no está definido el proceso y no la del mandatario que ya las dio por aprobadas.
Que la boca se les haga chicharrón a quienes crean que la Presidenta mantendrá la misma cerrazón a los mercados y a la política exterior que López Obrador. Ella no puede darse el lujo de mantener esa misma miopía porque el Presidente le está dejando un país sin reservas, con un déficit fiscal y endeudamiento histórico. Así que, si se pone sus moños, podría provocar que las inversiones se asusten y se vayan a otro país.
Sería un milagro que quien presagia rayos y centellas compre el paraguas en vano y que no se convierta en otro sueño frustrado que termine en pesadilla.
