Ebriedad de libertad, crisis de ansiedad

La pandemia exacerbó los problemas de salud mental entre jóvenes y adolescentes. Este fenómeno, aunque ha ganado visibilidad en los últimos años, tiene raíces que se extienden mucho antes de la contingencia sanitaria. Se estima que entre 25% y 33% de los estudiantes ...

La pandemia exacerbó los problemas de salud mental entre jóvenes y adolescentes. Este fenómeno, aunque ha ganado visibilidad en los últimos años, tiene raíces que se extienden mucho antes de la contingencia sanitaria. Se estima que entre 25% y 33% de los estudiantes universitarios en México, tanto en instituciones públicas como privadas, sufren de algún tipo de depresión o ansiedad.

Las cifras reflejan una tendencia creciente que no se limita a un contexto geográfico o a una época específica. Estudios realizados por la National Survey on Drug Use and Health y el Higher Education Research Institute revelan que, aproximadamente desde 2010, ha habido un incremento constante en el porcentaje de jóvenes afectados por estas condiciones psíquicas.

Recuerdo un viaje a Finlandia, previo a la pandemia, en el que tuve la oportunidad de visitar dos universidades. Es sabido que Finlandia tiene uno de los más reconocidos sistemas de educación, sumado a su calidad de vida, seguridad, etcétera. Después de maravillosos recorridos y agradables conversaciones, hice la misma pregunta a directivos de las dos instituciones: “¿Qué es lo que más les preocupa o cuál es su principal problemática?”. En los dos casos, de modo independiente y en días distintos, la respuesta fue la misma: “La salud mental de nuestros estudiantes”.

La experiencia y las estadísticas muestran que estamos frente a una realidad global y sugiere que estamos frente a un desafío del siglo XXI, cuyas causas son múltiples y complejas. A menudo, la digitalización es señalada como el principal catalizador de estos problemas, coincidiendo con el aumento de casos desde principios de la década pasada. Sin embargo, un factor adicional y significativo —quizá una causa más profunda que la digital— es la “ebriedad de la libertad”.

Con frecuencia hemos oído que “tu libertad termina donde comienza la mía”. Un principio válido, especialmente en el mundo jurídico. También hemos escuchado que “el respeto al derecho ajeno es la paz” como promulgaba Juárez. Sin embargo, me parece, son principios que señalan mínimos y no necesariamente despliegan la libertad del modo más amplio ni tampoco hacen conciencia sobre los peligros de su mal uso.

Es posible no lastimar a terceros con el uso de nuestra libertad, pero sí afectarnos a nosotros mismos, aunque no haya sanciones externas. Y es que el problema no es la falta de penalizaciones, sino creer que podemos hacer lo que queramos sin consecuencias, lo cual es insostenible. La verdadera libertad se basa en principios superiores, no sólo en la ausencia de coacción. La malentendida “ebriedad de la libertad” a menudo resulta en daño emocional propio y ajeno; aunque no se violen leyes, termina “pasando factura”.

Una de las características de la juventud actual es, como diría Cencini, la “dictadura del sentimiento” o “la dictadura de las sensaciones”. Busco una gratificación emocional inmediata; importa sólo lo subjetivo y no lo objetivo; despliego mi libertad aparentemente con enorme frescura. Sin embargo, el cuerpo, la mente, todo nuestro ser, puede resentirlo en el mediano o largo plazo en afectación emocional. No rompí ninguna regla; quizá acordé con otra persona usar nuestras libertades al modo del “juego de las llaves”. Quizá al final lo que termino rompiendo es a mí mismo y por tanto cuarteando mi esfera emocional.

Que distinta es, por ejemplo, la libertad que entiende que es preciso trascender el propio yo, que valora el encuentro profundo con otras personas sin utilitarismos, que incluso está dispuesta a sufrir libremente las preocupaciones de un amigo y dejarse potenciar a la vez por una relación más de fondo. Ese uso de la libertad, equilibrado, produce emociones balanceadas, asume las negativas sin rehuirlas y, al mismo tiempo, genera muchas otras positivas que producen un bien emocional propio y social.

Ciertamente, algunos problemas de salud mental son el resultado de factores hereditarios, biológicos o traumáticos que sin duda requieren una especial atención y merecen mucha comprensión. Sin embargo, otros casos pueden haber sido generados por la “ebriedad de la libertad”. Si somos capaces de evitarla, no sólo nos hacemos paradójicamente más libres, sino que también mejoramos nuestra gestión emocional. Esto implica un llamado a la reflexión sobre cómo ejercemos nuestra libertad en todas las facetas de la vida y no sólo en nuestro uso de la tecnología.

Si bien la pandemia ha puesto de relieve la vulnerabilidad de nuestra salud mental, también nos ofrece la oportunidad de reevaluar los principios que guían nuestras vidas. Al abogar por una noción de libertad que promueva el bienestar emocional propio y colectivo, podemos aspirar a una sociedad donde la salud mental sea comprendida, valorada y protegida como un componente esencial de nuestra calidad de vida. Este enfoque más equilibrado y reflexivo hacia la libertad, combinado con un uso consciente de la tecnología, puede ser clave para enfrentar los desafíos de salud mental que definen nuestra era.

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