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Comprender y ceder: claves humanas para 2021

Santiago García Álvarez

Santiago García Álvarez

Muchos de los conflictos humanos tienen que ver con el hecho de que, al menos, una de las partes no cede, no perdona, no comprende o no empatiza con la posición de la contraparte. Este detalle humano, aparentemente menor, ha sido origen de conflictos familiares, sociales, regionales, internacionales, empresariales y de cualquier otro ámbito social.

En 2017, se presentó en el Festival de Cine de Venecia una película libanesa El insulto. Posteriormente, fue nominada al Oscar como mejor película extranjera. Esta cinta refleja asombrosamente bien el conflicto entre cristianos y palestinos en el Líbano. Todo comienza con un pequeño desencuentro entre un cristiano libanés y un refugiado palestino, cuando éste intenta reparar una tubería de desagüe de la casa de aquél. Lo que comienza con un breve enfrentamiento se complica gradualmente con agravios de ambas partes, hasta convertirse en un círculo vicioso de complejas dimensiones personales, familiares, laborales, sociales y políticas. Los personajes esconden profundas heridas del pasado, no curadas, que se incrementan conforme surgen nuevos acontecimientos, dando lugar a una cadena sin aparente fin. Sin embargo, un gesto de empatía y consideración de uno hacia el otro es el inicio de una recomposición de la historia entre los dos que, a pesar de seguir los cauces legales previamente detonados, deriva en un final esperanzador. Así como los pequeños actos inhumanos generan círculos viciosos de rencor, aparentemente justificables desde ambos puntos de vista, una serie de gestos comprensivos mutuos enderezan la situación hacia una mejor resolución y un alentador futuro.

Las celebraciones navideñas nos pueden ayudar a pensar en tradiciones, filosofías y fundamentos de nuestras sociedades. Precisamente, una de las grandes novedades y herencias de la cultura cristiana, propia de buena parte del mundo actual, es la apertura al perdón, el descanso en la misericordia y la comprensión del otro como puntos de partida para cualquier diálogo o construcción social. Dos mil años después, quizá no hemos profundizado del todo en la magia de esta lógica para superar numerosos conflictos humanos y nos detenemos en complejos mecanismos técnicos o políticos que simplemente se asemejan al perro que intenta, sistemáticamente, morderse la cola para jamás conseguirlo.

Las tensiones humanas se agravan en la medida en que ninguna de las partes da su brazo a torcer; si no se genera una pequeña chispa de conmiseración de alguno de los involucrados, difícilmente aquello llegará a buen puerto. Los socios empresariales se pelean, pues ninguno es capaz de ceder en su posición; los familiares se conflictúan, pues no existe empatía para tolerar los defectos ajenos a la par de un intento por minimizar los propios; los grupos sociales dentro de un país se alejan por la falta de empatía ante las necesidades y razones del otro; los países se distancian por la falta de un mínimo de concesión que apuntale el bien común. Lo que ninguno de los anteriores comprende es que una pequeña derrota inicial llevaría a una victoria más duradera; frecuentemente el freno es el ego de ambas partes. La débil paz social como equilibrio de miedos no es capaz de llevarnos a un estadio más estable y maduro cuyas bases serían más sólidas en una cultura comprensiva.

Un ejemplo actual es la convivencia familiar propia del confinamiento derivado de la pandemia. En algunas familias ha sido para bien, pues han podido convivir mucho más que en tiempos ordinarios y eso ha fortalecido los lazos entre ellos. En otros, para mal, pues precisamente la estrecha convivencia ha generado mayores conflictos. Muchos casos propios de este segundo supuesto tienen su raíz en la falta de empatía, de misericordia, de capacidad de ceder, en definitiva, de comprensión mutua que derive en un acoplamiento con visión amplia. Tan sencillo de aplicar, pero tan difícil de ver y, con frecuencia, de querer.

Siguiendo en la línea de los ejemplos cinematográficos, Historia de un matrimonio, de 2019, refleja muy bien los círculos viciosos generados por el repliegue hacia dentro de cada protagonista. Parecería que, si cada uno fuera capaz de ceder en un asunto, de pedir perdón en otro y comprender en uno adicional, el camino de la solución sería mucho más sencillo.

En los serenos y reflexivos días de fin de año, agudizados por un obligado confinamiento, podemos reparar en algunos de los tesoros de nuestra cultura y civilización. Uno de ellos es precisamente el sentido del perdón, la capacidad de comprender al otro, la virtud de ceder en pequeños ámbitos, la renuncia al ego o al orgullo. Muchas de las soluciones a los problemas políticos, sociales o culturales quizá no requieran de sofisticadas herramientas técnicas, algoritmos de control o sesudas estrategias diplomáticas, sino de la comprensión de sencillos principios humanos que van a la raíz, curan con mayor profundidad y preparan bases para soluciones de largo plazo.

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