Pinochet, ¿nuestro contemporáneo?

El signo característico de estos regímenes fue, obviamente, el autoritarismo represor. Y con el militarismo cobijando al modelo económico y político, inevitablemente llegó la violencia extrema de Estado.

Hoy, hace 50 años, el general Pinochet y casi todo el estamento militar chileno rompieron su juramento constitucional y dieron un golpe de Estado contra el gobierno legalmente electo de Salvador Allende. Los pocos mandos militares que se opusieron al golpe fueron eliminados. Así, Chile se alineó con otros países sudamericanos que tenían gobiernos militares, como Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Paraguay y Perú.

Fue un momento culminante en las expresiones extremas de la Guerra Fría mundial. Las fuerzas de izquierda promovían la dictadura del proletariado y la desaparición de la propiedad privada mientras los militares presumían ser el último dique de contención en la defensa del modelo de economía de mercado y la democracia liberal. El signo característico de estos regímenes fue, obviamente, el autoritarismo represor. Y con el militarismo cobijando al modelo económico y político, inevitablemente llegó la violencia extrema de Estado. Las desapariciones y asesinatos de millares de personas, la violación a los derechos humanos en gran escala, el robo y saqueo de los bienes de miembros, o no, de las organizaciones de izquierda, el secuestro de niños y asesinato de periodistas, la expropiación o cierre de medios de comunicación disidentes del militarismo y el desprecio por el Estado de derecho fueron las características compartidas de esos regímenes autoritarios en todo el continente sudamericano.

La mitología heroica de la revolución cubana en 1959, la muerte en combate del Che Guevara en Bolivia en 1967, los estertores de la propia revolución boliviana de 1952 y algo de la remembranza de la Revolución Mexicana de 1910 sirvieron de telón de fondo para que las fuerzas de izquierda supusieran que había llegado la hora de la factibilidad de una revolución socialista en toda América Latina. Todos esos levantamientos armados, y todas esas muertes, llegaron a un punto final cuando los militares tomaron el poder y batieron a balazos a los militantes armados y destruyeron sus organizaciones. Posteriormente, los militares fueron derrotados políticamente, uno a uno, por las sociedades que dijeron ¡ya basta! a tanta violencia y el exceso de autoritarismo, abusos y corrupción de las propias fuerzas armadas. Porque los militares llegaron con la misión de imponer la paz y el orden, y terminaron llenando sus alforjas personales de oro público y privado.

50 años después de esa cruenta experiencia, las sociedades siguen debatiendo los significados reales de esos acontecimientos. Hay gobiernos de diversos signos de izquierda en toda América Latina y la inconformidad en su contra es alta. Sectores de esas mismas sociedades se niegan a desconocer a los golpistas, como es el caso en Chile y Argentina. Han levantado cabeza derechas duras y ultraliberales con perspectivas de construir nuevas mayorías en sociedades cuando se sigue buscando justicia y los cuerpos de los desaparecidos. En algunos casos notorios, los métodos utilizados ahora por gobiernos de izquierdas no distan mucho de los métodos empleados por los militares de aquellos años. Actualmente despliegan a las fuerzas armadas de la misma manera en que lo hacían grupos de civiles privilegiados: otorgándoles “incentivos económicos” a los mandos para que protejan, a sangre y fuego de ser necesario, al actual statu quo. Hoy se escucha a líderes de izquierda glorificar a los militares por ser “el último dique de contención” contra el neoliberalismo.

Existen tres dictaduras latinoamericanas militarizadas: Cuba, Nicaragua y Venezuela. Las tres se presentan como “de izquierda”. Obviamente, con ellos la etiqueta de “izquierda” ha perdido todo significado creíble. Son gobiernos represores que han esclavizado a sus poblaciones y son de los países latinoamericanos que más contribuyen a los desesperados flujos migratorios buscando vida en otras latitudes. Las personas huyen de esos países despavoridas por el hambre y la falta de libertades.

Qué bueno que se quiera aprovechar a la 50 conmemoración del golpe de Estado en Chile y el asesinato de Salvador Allende para firmar una declaración en defensa de la democracia. Pero muchos de sus firmantes, como el mexicano, tendrán que contemplarse en el espejo y plantear las preguntas duras que surgen a partir de sus fracasos como gobernantes. Sus métodos de gobierno no son muy distintos a los que emplearon los militares golpistas en aquellos años. Tiempos que parecen ser remotos, pero no lo son tanto. Pinochet parece ser contemporáneo de varios.

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