Ni menos pobreza ni menos violencia
Crece el sector laboral informal, mientras decrece el formal.

Ricardo Pascoe Pierce
En el filo
El Inegi produjo un aluvión de “buenos datos” para alegrar a la Presidenta en el cierre del año: más empleo, más clase media, más inversión extranjera, mayores remuneraciones per cápita, menos inflación y mejores perspectivas para 2026. También se publicaron cifras que muestran a la criminalidad y la violencia, en todas sus expresiones, en franca retirada gracias a las agresivas políticas federales de seguridad. Mejor, imposible. Entonces, ¿por qué el Estado de ánimo social no se corresponde con este cuadro de supuestos éxitos?
La razón principal es la disminución de los ingresos reales de los mexicanos. Cuando el PIB no crece (0.3% es considerado crecimiento cero, incluso recesión), pero la población sigue aumentando y demandando más empleos, alimentos y satisfactores, el ingreso per cápita decrece. Hoy, los mexicanos somos, en conjunto, más pobres que hace un año, a pesar de la distribución de dinero mediante programas sociales. Aunque se anuncien los “buenos” datos macroeconómicos y políticos como una generalidad del país, a nivel de calle, barrio y pueblo, esas buenas noticias simplemente no han llegado y, lo que es más importante, no se han sentido. Un dato sencillo: se calcula que la cena de Navidad o Año Nuevo cuesta, en promedio, 12% más que el año pasado. ¿Es mucho o poco ese 12%? Ni lo uno ni lo otro. Es muchísimo, por lo que representa. Implica que la cadena de producción y distribución de productos y servicios en toda la economía se ha encarecido en por lo menos esa proporción durante el año. Este cálculo proviene de las cámaras de servicios, como restaurantes y proveedores de alimentos. Son ellos quienes determinan lo que deben cobrar sus afiliados para hacer rentables sus negocios.
El gobierno se jacta de que México es, estadísticamente, el segundo país con la tasa de desempleo más baja del mundo, sólo superado por Japón. Pero en ese país asiático, el dato se refiere al conjunto de personas en edad de trabajar y no incluye el llamado “trabajo informal”, porque allí prácticamente no existe. En México, la cifra de 2% de desempleo es engañosa, pues sólo una minoría de trabajadores labora en el sector formal y paga impuestos. La gran mayoría (54%) subsiste en el sector informal, sin prestaciones ni seguridad social. Al exaltar ese 2% de desempleo, el gobierno está celebrando esa realidad. El gobierno se engaña a sí mismo con sus estadísticas para complacerse, pero no para resolver problemas. El Inegi dio un dato que el gobierno no resalta ni enfatiza: crece el sector laboral informal, mientras decrece el del trabajo formal. ¿Cuál es la explicación de este evidente retroceso? Pueden ser muchos factores externos e internos, pero su combinación relata una historia de sufrimiento: empresas formales cierran y se vuelven informales o desaparecen totalmente, con el consecuente despido de su personal. El efecto neto del crecimiento del trabajo informal es que se han incrementado exponencialmente las carencias que padecemos los mexicanos en salud, educación y satisfactores elementales de vida.
La conclusión inevitable es que hay una creciente pauperización de la masa trabajadora en el país, a pesar de los apoyos sociales y del aumento en los salarios mínimos. Por lo tanto, afirmar, como lo hace el gobierno, que hay más clase media que “clase pobre” en México es producto de un cinismo matemático que no tiene justificación ni explicación, más allá de la retórica política de un gobierno desbordado por sus agobios internos y externos. En el índice de libertad y economía informal, México se encuentra en el lugar 91, por debajo de Bolivia, Ecuador, Colombia, Argentina, Honduras, Guatemala, Brasil, Perú, Panamá, Uruguay y Chile. Nada que presumir en materia de ejercicio de la libertad y de economía informal. Claro, estamos arriba de Nicaragua y Venezuela, pero con ellos la vara de comparación es inexistente.
Frente al anuncio oficial que afirma una reducción sensible de la violencia, expertos en seguridad independientes aseguran que el cambio en la metodología atenúa artificialmente la realidad y le permite al gobierno hablar de una caída en los homicidios dolosos. Las autoridades cambiaron los métodos de medición, creando categorías como “otros delitos contra la vida”, donde esconden una gran cantidad de homicidios. Adicionalmente, en este sexenio han crecido las “desapariciones”, lo cual también ha servido como categoría para ocultar otros homicidios dolosos. De hecho, los registros de desapariciones han aumentado en relación con el sexenio anterior. En conclusión, en materia de homicidios dolosos, tomando en cuenta todos los indicadores de los niveles de violencia real, se puede afirmar que no ha habido ni remotamente la disminución que anuncia, ufano, el gobierno.
No se ha reducido ni la pobreza ni la violencia en México. Son asignaturas pendientes, mientras el país espera la llegada de un gobierno capaz de atender de fondo los justos reclamos de una población inconforme.