La última línea de defensa

Es posible postular la idea de que la pérdida del poder, cuando se acompaña de una sensación o realidad de fracaso, es una de las tragedias más desquiciantes que una persona política puede sufrir

Según relató Henry Kissinger sobre sus últimos días antes de renunciar a la presidencia de Estados Unidos, Richard Nixon sintió una repentina fascinación por lo místico y lo mágico, como último y desesperado refugio ante su tragedia política y personal. Kissinger explica cómo Nixon le pidió que lo acompañara en pequeños e insulsos rituales para encontrar algún tipo de consuelo ante su desesperanza.

Es posible postular la idea de que la pérdida del poder, cuando se acompaña de una sensación o realidad de fracaso, es una de las tragedias más desquiciantes que una persona política puede sufrir. El rey Lear y Macbeth son descripciones de la caída y pérdida del poder y sobre cómo los poderosos enloquecen ante su circunstancia.

Así le está ocurriendo al presidente López Obrador. Y él, al igual que Nixon, el rey Lear y Macbeth, terminan sus carreras envueltos en la fantasía de cómo mantener el poder, y la cordura, cuando ambas condiciones se les escapan acelerada e irreparablemente.

La gran fantasía de López Obrador la expresó con toda la desesperación y descaro propio de Nixon: “La autoridad moral del Presidente está por encima de la ley”. Subido en el avión de la alucinación desde las alturas del poder, AMLO expresó una frase que deja ver grietas en su cordura y asoman atisbos de locura, como le sucedió al rey Lear.

Constitucionalmente, nadie está por encima de la ley. Menos quien está juramentado a respetarla. Al alentar una tesis contraria, el Presidente está cavando su propia tumba, política y jurídica.

Al hacer semejante anuncio sobre su supuesta inmunidad ante la realidad, el Presidente no sólo revela su propia desubicación en cuanto al encargo de Presidente (no está por encima de la ley), sino que expresa su sensación de indefensión ante una realidad que lo arrincona y, aparentemente, lo amenaza.

Un Presidente que no tiene “cola que le pisen” no tendría por qué preocuparse ante acusaciones falsas y aviesas en su contra. Lo que sí estremece y, claro está, llama la atención, es el severo aturdimiento presidencial ante tales acusaciones. La estridente defensa que ha hecho, a lo largo de varios días, concluyendo con una sorpresiva (por decirlo de alguna manera) visita relámpago y discreta a Sinaloa ha sido, en el mejor de los casos, señal de la excesiva incomodidad y preocupación presidencial ante esos señalamientos.

Y mucho menos sacaría de su chistera una argumentación absolutamente falaz y fuera del orden constitucional. “Estoy por encima de la ley”. Eso también es lo que dice Trump de sí mismo: “Puedo cometer un delito y no me pueden hacer nada”.

La similitud entre el posicionamiento de AMLO y el argumento de Trump es asombrosa. Los dos argumentan “inmunidad” ante la realidad. La tesis de ambos llama la atención por el carácter delirante del alegato: se declaran voluntariamente fuera de la realidad. En tiempos normales, ambos estarían sujetos de análisis psiquiátricos y posible internamiento temporal. Pero, pues, estos no son tiempos normales y los pacientes psiquiátricos andan por los pasillos del poder, no por los pasillos de los hospitales.

  • Lo que sí queda claro es que la línea argumentativa de AMLO es tan desesperada como lo es fantasiosa. Y es su última línea de defensa frente a una realidad que lo empieza a encerrar en una trampa mortal. El mensaje de fondo es que no habrá escapatoria de sus graves faltas y errores como gobernante.

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