Como si no pasara nada, el 5 de septiembre de 2021, nuestro país rompió una nueva marca. Uno de esos récords que nos deberían avergonzar y hacer que nos replanteemos en qué sociedad vivimos y qué autoridades hemos elegido, pues, en gran medida, este resultado es consecuencia de su ineptitud.
Ese día se superó la cifra de 100 mil homicidios en lo que va del gobierno que encabeza el presidente Andrés Manuel López Obrador, para llegar al fatídico número, se tardó 34 meses, mientras que el de Enrique Peña Nieto demoró 54 y el de Felipe Calderón, 63. Con esto han sido los dos años más violentos de la historia moderna del país.
Según cifras oficiales, todos los días se llevan a cabo 98 homicidios, lo que equivale a uno cada 4 horas. Si sigue la misma tendencia, para abril del próximo año se rebasarán los 120 mil asesinatos, equivalente a todo el periodo de Calderón, por lo que no hay duda que el gobierno del presidente López Obrador ha sido el más sangriento del México moderno.
En Tercer Informe, el mandatario presumió que logró detener la tendencia ascendente de los homicidios y bajarlos en un 0.5%. Se le olvida que, al principio de su gestión, Alfonso Durazo, quien era secretario de Seguridad Pública y Protección Ciudadana –y ahora gobernador electo de Sonora–, dijo que iba a tener resultados en seis meses. Después aseguró que se lograrían “niveles razonables de tranquilidad en tres años”. Ni uno ni otro. La realidad evidenció que estábamos mejor cuando estábamos peor.
Como se pronosticó por expertos nacionales e internacionales en la materia, la estrategia del Presidente no tenía ni pies ni cabeza. Sus allegados, principalmente neófitos en el tema, basaban sus decisiones en diagnósticos errados y precipitados. No se podían esperar sino resultados desastrosos. Y así fue.
El récord alcanzado el pasado 5 de septiembre parece sólo un número frío, pero atrás de él se esconde el sufrimiento de 100 mil familias que nunca volvieron a ver a su ser querido con vida. A veces ni pudieron recuperar el cuerpo. En muchos casos, se trata de víctimas inocentes que se cruzaron con ese monstruo de mil cabezas que es el crimen organizado, y que este gobierno se ha encargado de alimentar.
Primero cooptó a la Fiscalía General de la República. Después destruyó a la Policía Federal. Incluso parece que le instruyó a las Fuerzas Armadas a no intervenir en los conflictos entre los criminales. Ha mostrado un claro desprecio por la ley y el Estado de derecho, que está al servicio de los ricos y poderosos.
Si bien la Cuarta Transformación no les robó la paz a los mexicanos, se ha encargado de esconderla bajo llave para que nadie la encuentre en ningún rincón del territorio nacional.
Mientras todo esto ocurre, en las manos del gobierno federal –el más letal de la historia moderna de nuestro país– está la sangre de más de 100 mil mexicanos.
Pero seguimos dormidos, aceptando lo que todos los días sucede. Incluso premiando sus garrafales errores. Somos nosotros quienes justificamos y perpetuamos a nuestros victimarios, a los cuales no les importa sino conservar su coto de poder, sin importar que sea a costa de nuestra vida y libertad.
¡Despierta México!
Maestro en Administración Pública por la Universidad de Harvard y Profesor en la Universidad Panamericana.
Twitter: @ralexandermp
