Un extraño enemigo
Elegimos a un presidente “más cercano a la gente y que era incorruptible”, por querer creer que era cierto.
Ahí está el enemigo, escondido, pero latente. Como un lastre o una pesada cadena. Que cada vez que olvidamos que la tenemos, nos vuelve a jalar a nuestra realidad de presos. Como si la vida se quisiera burlar de nuestra condición de mortales y demostrarnos una y otra vez que la luz al final del túnel era en realidad una ilusión y estamos condenados al fracaso.
Por eso, el enemigo es extraño, difícil de ver. De encontrar. De combatir. Incluso es complicado de entender. Pero es evidente que ahí está.
Ese adversario no es el conservador ni el neoliberal, aunque siempre nos lo traten de vender de esa manera.
No son los ricos o los pobres. Tampoco la clase media o los empresarios. Ni siquiera los medios de comunicación tendenciosos. No son los tecnócratas ni los mexicanos que todos los días se rompen el lomo para darles de comer a sus hijos.
El extraño enemigo, del que habla nuestro himno nacional, es algo diferente. Es eso por lo que nos sentimos agredidos frente a argumentos válidos y somos incapaces de reconocer que nos equivocamos. Es esa profunda inconformidad por la que elegimos a un presidente “más cercano a la gente y que era incorruptible” aunque todas las alertas estaban prendidas.
El peor enemigo se manifiesta cuando sale un libro que retrata el financiamiento ilegal del partido en el gobierno, y nuestra respuesta es que “no tiene rigor y son chismes de alcoba”, sin siquiera poner en tela de juicio lo que ahí se relata.
O cuando se filtran las comunicaciones del Ejército y se evidencia su podredumbre, pero salimos a defender la militarización en el país.
Es el miedo y nuestro propio rencor hacia cualquiera que le va bien. También la incapacidad de entender que no todo en el pasado era malo y era mejor construir sobre lo hecho en lugar de decidir que no quedara piedra sobre piedra.
El enemigo somos nosotros mismos cuando nos jactamos de que la popularidad de nuestro Presidente se mantiene, a pesar de la evidente y enorme corrupción de su gobierno. De la violencia desmedida. De su ridícula política económica. Y su generalizada incapacidad para gobernar.
Deberíamos de sentir vergüenza que estamos permitiendo que el país transite, a la vista de todos, hacia la opacidad gubernamental. Tendríamos que estar aterrados de dejar que el crimen organizado domine la vida pública y se infiltre en todos los rincones del país.
Ese extraño enemigo está entre nosotros. Es más, está dentro de nosotros. Que no sabemos, por miedo o por apatía, corregir lo que claramente está mal. Por eso no somos capaces de ponernos en los zapatos de los demás, aunque eso fuera la respuesta para poderles dejar un mejor país a nuestros hijos.
Parece que somos como cangrejos en una cubeta que preferimos que todos estemos peor mientras todos estemos un poco más “iguales”.
Como dice mi padre, no hay nadie más tonto que el que, en el afán de dañar a otro, se daña a sí mismo.
Y hoy, más que nunca, parece imposible que el país despierte de ese letargo. De esa apatía de evitar someternos por más tiempo a nuestros verdugos.
Pero eso, el extraño enemigo de México somos los mexicanos, y cualquier intento de vencerlo será fútil mientras no lo reconozcamos.
*Maestro en Administración Pública por la Universidad de Harvard y Profesor en la Universidad Panamericana
