Sobre el rey Midas y nuestra clase política

Había que destruir a la CNDH

El rey Midas gobernó Frigia en el siglo VIII a.C. De acuerdo con la mitología griega, Dioniso —dios de la fertilidad y el vino— le concedió el don de convertir en oro todo lo que tocaba, pero ese regalo resultó más bien una maldición. Según Aristóteles, la leyenda afirmaba que Midas murió de hambre, pues todo lo que llegaba a sus manos se volvía incomible.

Igual que le ocurrió al rey Midas, parece que nuestro Presidente y nuestra clase política, han convertido en algo más —claramente no en oro— todo lo que se les acerca.

Primero, comenzaron con la administración pública federal. Decidieron que era mejor eliminar a los funcionarios de carrera para sustituirlos por leales sin experiencia ni conocimientos. Los resultados fueron desastrosos, desde desabasto de medicinas hasta carestía de gasolina. La arrogancia del rey tampoco le permitió ver que cancelar el proyecto de infraestructura más importante de Latinoamérica —el aeropuerto de Internacional de Texcoco— sólo traería problemas. Ahí están los resultados.

Como no bastaba el Poder Ejecutivo, se volteó hacia el Legislativo. Convirtió a los legisladores de su partido —Morena— en simples peones que ejecutan la voluntad presidencial sin ningún tipo de análisis o revisión —ni siquiera de faltas de ortografía—, pues dentro de esa lealtad no existe lugar para cuestionar la “voluntad popular” encarnada en el líder “moral” de un movimiento con características sectarias.

Pero como no estaba satisfecha la ambición transformadora del rey, decidió que debía intervenir en el Poder Judicial. Primero, a través de un ministro presidente, sumiso y obediente, al que incluso ofreció una ilegal permanencia en el cargo. Después, mediante el apoyo a todas luces ilegítimo, de una aliada, protegida y cómplice, para continuar decidiendo el futuro jurídico de nuestro país, incluso, cuando todo muestra que no debería ser considerada un perito en derecho —ni tener título profesional—, siempre y cuando, como los legisladores, respondiera sin cuestionamientos a sus mezquinos intereses.

Ojalá ahí se hubiera quedado ese ímpetu, pero no. Había que destruir a la Comisión Nacional de Derechos Humanos, que ahora sirve de florero. Quitarle presupuesto a la Comisión Federal de Competencia Económica, que el mandatario no entiende para qué sirve. Y claro, tener una Fiscalía General de la República a modo, con el monopolio de la acción penal, que es uno de los virreinatos más codiciados y mejor protegidos del México de la transformación.

¿En qué momento decidimos que estaba bien tener gobernantes que destruyeran nuestras instituciones para sustituirlas con escombros y humo? Que violan la ley de manera cínica y aprueban reformas legales que destruyen al órgano electoral —fundamento de nuestra democracia—, en lugar de fortalecerlo.

En pagarle el sueldo a hipócritas que dicen criticar la corrupción mientras aceitan su maquinaria. En votar por mentirosos que dicen que vamos a tener un sistema de salud mejor que el de Dinamarca, mientras los hospitales públicos están en su peor momento en décadas.

Nuestra clase política, dirigida por un rey Midas mexicano, ha sido dominada por criminales que se venden como borregos, mientras son lobos que no velan sino por sus propios intereses. Y los ciudadanos no estamos haciendo nada para detenerlos.

  • *Maestro en Administración Pública por la Universidad de Harvard  y profesor en la Universidad  Panamericana
  • Twitter: @ralexandermp

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