Sin vergüenza

Si antes era corrupción que los familiares de un presidente fueran exhibidos recibiendo contratos o dinero en efectivo, ahora son “aportaciones a la causa”.

Cínica, mentirosa, hipócrita. Sinvergüenza. En eso se ha convertido nuestra clase política. Los que nos gobiernan y en teoría están regidos por estándares éticos más estrictos que los normales, ahora se burlan cuando aparece un nuevo escándalo de su torpe administración y gritan “son ataques políticos, de los conservadores".

En el imperio azteca los castigos eran más estrictos mientras mayor el estamento. Si un gobernante robaba o corrompía, la sanción era —literalmente— perder la cabeza.

Ahora, estamos frente a un nuevo tipo de políticos que se enorgullecen de sus actos que, en otros sexenios, al hacerse del conocimiento público, hubieran sido reprochados por los ciudadanos, opositores, incluso por correligionarios. Y había consecuencias.

Pero ya no. Su líder “moral” les enseñó y vendió la idea de que lo que antaño era considerado un acto condenable, bajo su manto de pureza, se transfigura en una acción de lucha, de honestidad valiente, de transformación.

Por eso, si antes era corrupción que los familiares de un presidente fueran exhibidos recibiendo contratos o dinero en efectivo, ahora son “aportaciones a la causa”.

Si en el pasado un hecho como el ocurrido en la Fiscalía General de la República, donde su titular utilizó la institución para —irrefutables— venganzas personales, hubiera generado la exigencia generalizada de su renuncia, ahora se pasa la página.

Antes, si alguien se ostentaba con un título que no era verdadero o la honorabilidad de una persona en el poder se ponía en tela de juicio, no había otro camino que mostrarle la salida.

Hoy, en el México de la Transformación, nada más y nada menos, una ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación propuesta por Andrés Manuel López ObradorYasmín Esquivel, esposa de un contratista consentido del régimen— es evidenciada por plagiar su tesis de licenciatura y, en lugar de renunciar, declara que no “tiene de qué avergonzarse”.

Y en vez de ser exigida su separación del cargo por quien la propuso, el Presidente declara que “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”, a la par que exige que no le digan que “la ley es la ley”.

Así son de cínicos. Por eso no hay vergüenza ni culpa en generar desabasto de medicinas por parte de la ahora secretaria de Economía, Raquel Buenrostro. Tampoco del desastre que causó Alfonso Durazo por su paso en la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana. En quitar las estancias infantiles. Ni siquiera en destruir una selva ni desperdiciar miles de millones de pesos en proyectos inviables.

Tampoco en llamarles “animalitos que hay que alimentar” a los pobres como lo hizo el mismísimo mandatario.

Pero sí hay vergüenza, señor Presidente. Sí la hay, ministra. Y no estamos hablando de la vergüenza que sentimos los ciudadanos de tener a las autoridades que tenemos, sino de la que deberían de tener ustedes por su trabajo mediocre y para su propio beneficio. Por no representar los intereses de los mexicanos y no hacer el trabajo por el que les estamos pagando, con mucho esfuerzo. Por su profunda deshonestidad.

Deberían ustedes, funcionarios y aplaudidores del régimen, sentir vergüenza de ser parte de un gobierno que va a dejar un país peor que cuando asumió las riendas. No hay nada de honorable o respetable en eso.     *Maestro en Administración Pública

           por la Universidad de Harvard

y profesor en la Universidad Panamericana

                Twitter: @ralexandermp

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