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Signos inequívocos. La militarización

Ricardo Alexander Márquez

Ricardo Alexander Márquez

Disonancias

Es como una avalancha. Una enorme masa de caos que se mueve sin sentido para arrasar todo lo que encuentra a su paso, sin lógica ni dirección. Así parece que es el movimiento que encabeza el presidente López Obrador. Entre tanto ruido es difícil poder distinguir las partes que conforman el alud y las consecuencias de tan fuerte propósito destructor.

Dentro de ese desorden, los signos inequívocos se esconden en palabras, cortinas de humo, ataques, sinsentidos. Pero ahí están. Poco a poco se vislumbran como luces tenues cuyo propósito es ir adaptando nuestra vista para poder pasar desapercibidos y resulte imposible darnos cuenta de ellos sino hasta que sea demasiado tarde y tengamos la llama enfrente de nosotros, justo antes de quemarnos.

Así la militarización del país. Poco a poco se le han ido otorgando funciones civiles a las Fuerzas Armadas. Al principio sólo era la seguridad pública. Incluso, en contra de la opinión de todos los expertos que decían que debían regresar a sus cuarteles, se creó la Guardia Nacional, de la que no queda duda su naturaleza castrense. Le siguió su uso para perseguir migrantes.

Después vendría el anuncio de la construcción del aeropuerto de la Ciudad de México por parte del Ejército.

Pero eso no era suficiente. La lealtad se tiene que pagar y se tiene que aceitar la maquinaria. Por eso se les encomendó hacer sucursales bancarias. Construir caminos. Comprar y repartir insumos médicos. También se les comisionó para hacerse cargo de los puertos y aduanas del país. Ahora, administrarán y operarán el Tren Maya, minando ese delgado muro de sensatez, construido por la experiencia nacional e internacional, donde lo militar y lo civil son como el agua y el aceite.

Por si quedaba duda de las intenciones del gobierno, hace unos días la Cámara de Diputados aprobó, a través de una reforma a la Ley de Ciencia y Tecnología, la inclusión de la Defensa y la Marina en el Consejo General de Investigación Científica, Desarrollo Tecnológico e Innovación, órgano que define las inversiones gubernamentales en la materia. Falta que pase al Senado, pero ya sabemos cual será el resultado.

No sólo es que esa militarización del país transgrede el marco legal mexicano y terminará por dañar —y desprestigiar— a las propias Fuerza Armadas, pues vulnera su posición de garante en situaciones extraordinarias —ahí están los escándalos sobre asesinatos extrajudiciales y los desvíos de recursos—. Tampoco que existe opacidad y poca transparencia en sus procesos. Lo más grave es que el Presidente alimenta un monstruo de mil cabezas cuya propia naturaleza requiere de enorme disciplina y control para no caer en excesos.

Basta ver a nuestros vecinos regionales para saber el tipo de gobierno que tenemos y al que aspiramos. En Estados Unidos el poder militar está supeditado a un mando civil —el secretario de Defensa—, mientras que en Venezuela, la dictadura se sostiene por el apoyo del Ejército, cuya lealtad se asegura con jugosos negocios y posiciones gubernamentales.

En este México de la transformación, la complicidad cobra nuevas caras. En algunos casos, se compra —y se paga bien—. Y mientras el Presidente nos cuenta sus ocurrencias en las conferencias mañaneras, dejamos de percibir esa llama que está por quemarnos. Los signos son inequívocos.

 

*Maestro en Administración Pública por la Universidad de Harvard y Profesor de Derecho Constitucional en la Universidad Panamericana.

Twitter: @ralexandermp

 

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