Nuestra pisoteada democracia
Desafortunadamente, parece que caminamos para atrás
So pretexto de las fiestas patrias, el festejo anual más importante para nuestra joven nación, es necesario hablar de aquel tema que tanto nos ha costado y que desde la victoria de Andrés Manuel López Obrador en 2018, se ha visto tan comprometido.
Se trata de aquella aspiración no sólo de que podamos elegir a nuestros gobernantes, sino que lo hagamos de manera pensada e informada. No únicamente de que seamos capaces de emitir nuestro voto y ser votados, sino que se haga de forma libre y segura. Sin compromisos o amenazas. De poder determinar el futuro de nuestro país y de nuestros hijos.
Me refiero a la democracia. Ese concepto que está en los discursos de los dirigentes de los sistemas de gobierno más avanzados y respetuosos de los derechos humanos, pero también en el de los regímenes más opresores, como el cubano o el venezolano.
Desafortunadamente, en México parece que caminamos para atrás. Después de décadas de trabajo, de sangre y sudor, en el año 2000, con la victoria de Vicente Fox a la Presidencia de México, pudimos dar pasos firmes para caminar hacia un país democrático. Claro que faltaba mucho, pero era un esperanzador comienzo, y así fue hasta el 2018.
Sin más, con la llegada al poder de la –autodenominada– Cuarta Transformación, se dinamitó la vía por la que transitábamos. El gobierno del presidente López Obrador –con hechos, no palabras– decidió que los mexicanos no éramos capaces de elegir nuestro futuro y optó por pisotear a nuestra naciente democracia y a sus instituciones.
Todo empezó con la creación de programas clientelares con una muy pobre fiscalización, a fin de instaurar una base que dependiera directamente de él. También formó un ejército de civiles que se encargarían de lubricar esa maquinaria –los famosos siervos de la nación– y “maiceó” a los militares para que no hubiera dudas sobre su lealtad. Comprar voluntades, le llaman.
A partir de ese momento empezó un constante golpeteo a los órganos electorales que lo llevaron al poder. La idea era transformarlos en algo más afín al régimen. El Presidente incluso ha pedido que todos los consejeros del INE y magistrados del Tribunal Electoral fueran sustituidos. Así, sin más. Nada ni nadie por encima de ley, excepto él y su santo criterio.
Pero ahí no se ha quedado ese desprecio por la democracia. Hemos visto los videos de dos de sus hermanos recibiendo dinero no fiscalizado, supuestamente para operación electoral, y ahí no dijo ni pío. Y lo más grave es que ahora sabemos de la abierta operación del crimen organizado en las pasadas elecciones del 6 de junio, como en el estado de Sinaloa, con el beneplácito –por lo menos–, del gobernador.
Ahora el mandatario ya no esconde su odio por la democracia. Se jacta de tener como invitado de honor a los festejos patrios a Miguel Díaz-Canel, presidente de Cuba, cuyo gobierno representa –de cuerpo entero– a esas dictaduras que violan derechos humanos y alteran elecciones. Por donde se vea, no hay defensa y quien lo sigue justificando, simplemente, o se beneficia o padece un grave caso de síndrome de Estocolmo.
Pobre México, tan lejos de la democracia y tan cerca de Cuba y Venezuela. Vienen tiempos difíciles para los mexicanos. Y el silencio, es cómplice.
Maestro en Administración Pública por la Universidad de Harvard y Profesor en la Universidad Panamericana.
Twitter: @ralexandermp
