El problema no es que le heredaron el tema del crimen organizado, sino que dijo que lo iba a resolver, mientras los hechos demuestran que ahora opera con completa libertad e impunidad. Que controla territorios enteros y dispone de la vida de sus ciudadanos. Incluso paga campañas políticas e impone a sus candidatos en los gobiernos locales y municipales.
Tampoco lo es que nuestras autoridades dejaron libre a Ovidio, hijo de El Chapo Guzmán, en Culiacán, sino que desistieron en perseguirlo. Que le demostraron que él podía más y que gozaba de impunidad. Por eso tuvo que venir el gobierno de Estados Unidos a poner orden con una recompensa por su captura.
El problema no es que se quisiera sustituir a la Policía Federal con la Guardia Nacional, sino que ésta no tenga ni pies ni cabeza a dos años de su creación. Tampoco lo es que se apoyen de las Fuerzas Armadas para temas de seguridad nacional, sino que se haga de la organización militar una gran empresa sin fiscalización, creando incentivos peligrosos.
En el fondo, el problema no es que el combate a la corrupción sea un tema que llena discursos políticos, sino que nuestros gobernantes la propician desde las esferas más altas del poder, al grado de que los escándalos de sus familiares son tolerados e ignorados.
Es verdad que el problema no es que quisieron cambiar el esquema de la adquisición de medicinas en los hospitales públicos, para separar a la proveeduría de la distribución, sino que destruyeron algo que funcionaba y no pusieron nada en su lugar. Hicieron un desabasto que no existía y no mejoraron nada en el intento.
El problema no es que, en muchos casos, carezcan de educación formal, sino que piensan que no la necesitan y desprecian a quien sí la tiene. Al fin y al cabo, ya lo dijo el Presidente, “gobernar es cosa fácil”.
No es que tenga una conferencia mañanera, sino que se use para atacar a los contrincantes y vender mentiras sin sustento en la realidad. Sus otros datos.
Tampoco que se quiera mejorar al INE y a nuestra joven democracia, sino que quiera cooptarla para sus mezquinos intereses.
El verdadero problema son sus malas soluciones. Sus ocurrencias que se responden con ideas setenteras. Los engaños al pueblo. Que quieran callar cualquier voz disidente en lugar de buscar entenderla. Que piensen que por tener una supuesta “popularidad”, pueden destruir al país mientras son pésimos sus resultados. Que se sientan irresponsables por los más de 100 mil muertos a manos del crimen organizado o por el pésimo tratamiento de la pandemia de covid-19.
Lo dijo muy claro Ricardo Anaya en el segundo debate presidencial, el problema no es su edad, sino que sus “ideas son muy viejas”. Que pensaba que no era un problema que no hablara inglés, sino que no entendiera el mundo. Y tenía razón.
Si queremos dejar de tener un país bananero, sin seguridad, sin medicinas, con malos servicios públicos, plagado de corrupción, donde el “éxito” del gobierno son las remesas que recibe de Estados Unidos, hay que empezar por reconocer los verdaderos problemas y, ahora sí, actuar en consecuencia. Nos lo merecemos.
*Maestro en Administración Pública
por la Universidad de Harvard
y Profesor de Derecho Constitucional
en la Universidad Panamericana.
Twitter: @ralexandermp
