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Las falacias ad populum de López Obrador

Ricardo Alexander Márquez

Ricardo Alexander Márquez

Disonancias

 

Como si hubiéramos llegado, sin darnos cuenta, a la forma corrupta de la república de la que hablaba Aristóteles, la demagogia, el presidente López Obrador, desde el inicio de su gobierno, ha buscado fundamentar sus decisiones en el apoyo popular y la tiranía de las mayorías. En argumentar que hace lo que hace, porque se lo pide el “pueblo”.Primero, organizó una consulta popular —improvisada y sin metodología— para “legitimar” la decisión, previamente tomada, de cancelar el aeropuerto internacional de Texcoco. Después, con un mecanismo similar, aprobó hacer el Tren Maya y la Refinería de Dos Bocas, proyectos que a todas luces son inviables e innecesarios. Y por si fuera poco, igualmente canceló la construcción de la cervecería de Constellation Brands en Baja California, en la que se habían invertido 900 millones de dólares y llevaba un avance del 70 por ciento.

Ojalá eso fuera todo. Después de que la Suprema Corte de Justicia se prestara al juego del Ejecutivo, en 2021 se llevará a cabo la consulta para que sean “juzgados los expresidentes” —como si la aplicación de la ley estuviera sujeta a la voluntad popular—.

Independientemente del mensaje —incorrecto— que manda a los inversionistas nacionales y extranjeros el “gobernar” por caprichos, cuórums inventados y encuestas inexistentes, en el fondo, la idea de buscar legitimar decisiones por que así lo quiere —o pide— la mayoría, no es nueva.

Por siglos, gobernantes de todo tipo, muchos de ellos populistas, han tratado de justificar sus decisiones —por disparatadas que sean— en el supuesto apoyo de la gente, en pensarse la encarnación de la “voluntad popular”.

Pero eso tiene un nombre en el mundo de la ciencia y del conocimiento. Desde el punto de vista de la lógica, se trata de la falacia ad populum que se basa en la pretensión de fundamentar un argumento aduciendo a la cantidad de personas que lo aprueban o apoyan, independientemente que el razonamiento sea correcto y verdadero. Que haga sentido en sí mismo.

Lo que busca quien lo hace, mediante el engaño, es tratar de fortalecer su decisión con la idea de que las mayorías no se equivocan y siempre tienen la razón. Nada más falso e inmoral.

Apenas esta semana, el mandatario dijo, durante el informe por su segundo año de gobierno, que siete de cada 10 mexicanos lo apoyan a él y a su gobierno. Como si eso —imaginando que sea verdad— justificara su desastrosa administración —en salud, en economía, en seguridad, etcétera—. Como si el apoyo popular fuera suficiente para el buen gobierno.

Al presidente López Obrador se le olvida que la realidad termina tumbando las percepciones y a la narrativa. Que ningún mandatario puede gobernar con base en “espejitos” y apariencias por mucho tiempo. Que sus mensajes infundados eventualmente terminarán por dejar de ser creídos por la población.

A nosotros, los mexicanos, nos toca detectar y evidenciar esas falacias, esos sofismas y esos engaños con los que pretenden gobernarnos sin que nos demos cuenta de las mentiras que nos quieren hacer creer.

P.D. Al término de su segundo informe de gobierno, el presidente Felipe Calderón tenía una aprobación similar a la que hoy tiene el presidente López Obrador, y las expectativas ahí no eran tan altas como ahora.

 

*Maestro en Administración Pública por la Universidad de Harvard y profesor en la Universidad Panamericana

                Twitter: @ralexandermp

 

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