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Las drogas del otro lado de la frontera

Ricardo Alexander Márquez

Ricardo Alexander Márquez

Disonancias

Un paquete de cocaína llega en un avión comercial al aeropuerto internacional de la Ciudad de México, proveniente de Sudamérica. De ahí, la mercancía se transporta a Tijuana vía terrestre. Un traficante esconde en el tanque de combustible de su auto parte de la droga y cruza la frontera hacia San Diego, donde entrega la carga. Regresa a México con tres AK-47 y municiones, además de unos fajos de dólares.

Cientos de historias de tráfico de droga hacia Estados Unidos, el mayor consumidor del mundo, ocurren cada día. Lo interesante es que pasando la frontera se pierde el rastro. No está claro cómo millones de dosis llegan a manos de usuarios en todas las ciudades de aquel país, a través de una enorme y eficiente red de distribución que genera miles de millones de dólares en ganancias.

Difícilmente podemos creer que son las organizaciones criminales mexicanas quienes controlan la venta de droga en las grandes ciudades de Estados Unidos, como Nueva York o Chicago, sin que sus autoridades lo puedan evitar.

Como si las mafias estadunidenses permitieran que el mercado fuera controlado por mexicanos que viven escondidos en la sierra y, mientras huyen de las autoridades locales y de sus adversarios, se encargan de las redes de distribución en las calles y bares de Manhattan.

Somos víctimas de los mismos diagnósticos e historias sobre el narco. Del mismo mito iniciado hace 50 años por el presidente Nixon en su “guerra contra las drogas” y que las narcoseries y las películas de Hollywood se han encargado de afianzar. Ésas que hablan de los famosos capos mexicanos como Félix Gallardo, El Señor de los Cielos o El Chapo Guzmán.

La narrativa y el discurso son perfectos si el problema se traslada a este lado de la frontera y se deja de hablar de los cárteles en Estados Unidos, que mientras corren menos riesgos, se llevan las mayores ganancias que lavan en su sistema financiero. Pero, eso sí, sus autoridades persiguen a sus antiguos aliados mexicanos, como García Luna, y lo condenan con base en testimonios que generan más dudas que respuestas.

Claro que en México, Centro y Sudamérica nos encargamos de nuestra parte. Somos buenos en el negocio y no tenemos empacho en matarnos entre nosotros de formas inimaginables con las armas que nos mandan del norte para perpetuar el círculo vicioso y continuar la operación. Pero ésa es otra historia.

El tema no es sólo que Estados Unidos busca administrar, más que acabar, con este negocio millonario, sino que se ha encargado de esconder la existencia de sus propios cárteles y aceita la maquinaria para que continúe operando.

Después de décadas de combate al narcotráfico en México, todo indica que no conocemos absolutamente nada del tema. Nuestro gobierno sigue siendo parte de un juego cuyo único resultado es el absurdo derramamiento de sangre de este lado de la frontera. Nosotros ponemos los peones, pero las piezas se mueven desde Estados Unidos.

Lo que vemos es la punta del iceberg. Debemos empezar a hacernos las preguntas correctas. Entender los incentivos que mueven al negocio de las drogas. Analizar exactamente a dónde dirigir los esfuerzos y cómo hacerlo.

No podemos combatir algo que no entendemos y, para eso, hay que voltear hacia nuestro vecino del norte.

 

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