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La salud del Presidente

Ricardo Alexander Márquez

Ricardo Alexander Márquez

Disonancias

 Tal vez es momento de tomarnos en serio el tema. De discutir algo que nadie quiere abordar, pero que todos sabemos que es un problema que está ahí, y probablemente se va a agravar.

Y no es una crítica o un ataque al gobier­no. Tampoco una ocurrencia. Simplemente es una realidad. Tenemos que empezar a ha­blar de la salud mental del Presidente y de su capacidad para tomar decisiones al frente de la décimo quinta potencia del mundo.

Si bien no tenemos acceso a los archi­vos médicos del mandatario —están reser­vados—, podemos intuir que algo no anda bien por sus de­claraciones y acciones. Nadie que tenga uso total de su razón puede decir que está bien que las Fuerzas Armadas, ésas que están creadas para proteger a la población civil, huyan de los sicarios, a quienes el Presiden­te defiende y dice que también hay que cuidar “a los integran­tes de las bandas (porque) son seres humanos”.

Tan difícil de aceptar como puede ser, lo que se eviden­cia es que el mandatario no se da cuenta, pues no está en uso pleno de su conciencia, que esos criminales a los que abiertamente apoya son quienes matan y descuartizan a otros mexicanos, que su úni­co pecado es vivir en este violento país. Ellos son los que violan a las mujeres que se les ponen enfrente y tienen aterrados a pobla­dos enteros. Y aun así, los defiende.

Sí, estamos hablando de la salud men­tal del Presidente, que se pelea, de la forma más ridícula y sin sentido posible, con Esta­dos Unidos, nuestro aliado más importante a nivel global y el destino del 80% de nuestras exportaciones, poniendo en riesgo el trata­do de libre comercio más importante de la historia del mundo.

Que prefiere enaltecer al cubano Miguel Díaz-Canel —uno de los más emblemáti­cos dictadores de nuestra época—, antes de condenar sus sistemáticas violaciones a los derechos humanos.

Nos referimos a quien abiertamente de­claró: “No me vengan con ese cuento de que la ley es la ley”, en una especie de alusión —alucinación— a Luis XIV de Francia que dijo: “El Estado soy yo”.

De él, que sostiene que ningún árbol se tala en la selva para la construcción del Tren Maya, mientras salen cientos de camiones cargados con madera que se vende de ma­nera ilegal en Guatemala.

Que tiene deshecho a un país con la eco­nomía que peor se ha desem­peñado entre los miembros de la OCDE en los últimos tres años.

Hablamos de ese gobernante que presume su “popularidad”, mientras tiene en las manos la sangre de 120 mil mexicanos y el récord mundial de periodis­tas asesinados este año.

Que no escucha a nadie más que a sus miedos y sus odios, y cuyos prejuicios ofuscan su visión.

Y aunque sus aplaudidores e ideólogos se desvivan justi­ficando sus desafortunadas decisiones, lo cierto es que la cabeza de nuestro gobierno ya perdió la conexión con la realidad.

Pero que quede claro, él no es culpable de su enfermedad. Su cinismo ante la grave situación que vive nuestro país simplemente evidencia que no se sabe enfermo.

Sin embargo, las consecuencias las su­frimos nosotros, los mexicanos, que no sólo estamos poniendo nuestro futuro en vilo, sino nuestra vida.

Sí, es momento de empezar a hablar de la salud del Presidente.

*Maestro en Administración

Pública por la Universidad de Harvard

y profesor en la Universidad

Panamericana.

Twitter: @ralexandermp

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