La nueva corrupción
Vivimos como peces que no saben que están en el agua. Donde decidimos hablar de los mismos cánones y bajo las mismas reglas que nos ha impuesto
El tema no es menor. Estamos enfrentando un nuevo nivel de corrupción que se ejemplifica con su fundador y sus ideólogos. Un hombre hábil que llegó a dirigir México y ha logrado convencernos que, a pesar de los pésimos resultados de su administración, no se le puede catalogar como corrupto, aunque, en el fondo, personifica una nueva manera de hacerla.
No sólo es que ha podido sortear los escándalos de corrupción de sus colaboradores cercanos —su secretario particular recibiendo fajos de billetes, mientras era jefe de Gobierno de la Ciudad de México— y sus familiares —de los que sabemos hasta la fecha, su prima, que se ha beneficiado por contratos millonarios con Pemex, y su hermano, que aparece en videos recibiendo dinero en efectivo— sino que nos ha hecho pensar que, en realidad, una de sus principales banderas es el combate a la corrupción, aun cuando no ha actuado en contra de ninguno de sus incondicionales.
No hablamos de su apoyo ciego a personas como Manuel Bartlett, que no sólo acepta la falsificación de documentos públicos, sino que tiene propiedades que no son acordes a sus ingresos.
Tampoco de sus constantes embates contra la transparencia y rendición de cuentas, como la amenaza que acaba de hacer para desaparecer al Inai para sujetarlo a sus ambiciones.
Ni siquiera nos estamos refiriendo a la opacidad en los programas sociales que impulsa su gobierno —como Sembrando Vida—, o el aumento indiscriminado en las adjudicaciones directas en la adquisición de bienes y servicios desde el sector público.
Más bien, nos referimos a su habilidad para controlar la percepción de que representa la pureza en el gobierno. Que él “no es como los de antes”. Que no necesita dinero para cumplir su función de salvador de México y por eso no tiene bienes y tan sólo 200 pesos en la cartera. Que no es corrupto, aunque está al margen del sistema financiero que, en parte, dirige. Que no existe nada extraño en no tener bienes muebles, inmuebles o vehículos, aunque se beneficia de ellos. Que no tiene que pagar impuestos porque nada tiene.
El tema es que no sabemos de qué vivió la década anterior, antes de empezar a recibir su salario como Presidente. De dónde salió el dinero y sigue saliendo. Cómo mantuvo a su familia y cómo les pagaba a sus empleados. La fortuna de sus hijos. ¿Quién contribuyó para sus cientos de giras por el territorio nacional? ¿Aportaciones del pueblo? Sí, claro.
No nos dice quién lo ha apoyado y financiado. Los intereses que existen atrás de este gran proyecto que se llama la Cuarta Transformación de México. Y no existe ninguna voluntad política para conocerlo.
Mientras todo esto sucede, vivimos como peces que no saben que están en el agua. Donde decidimos hablar de los mismos cánones y bajo las mismas reglas que nos ha impuesto. El juego de poder que nos han determinado desde ese púlpito de la mañanera, a la par que vemos a nuestro México desmoronarse como arena entre los dedos.
El problema es que hemos caído en medir sus acciones con el concepto erróneo de corrupción, mientras en el fondo, es el fundador de una nueva manera de hacerla. Más simple y sofisticada.
No vivimos en un país más justo ni más igual ni más seguro ni más eficiente que cuando empezó su gobierno. Ciertamente no menos corrupto.
¿Dónde empezar? A llamarle a las cosas por su nombre.
*Maestro en Administración Pública por la Universidad de Harvard y profesor en la Universidad Panamericana
Twitter: @ralexandermp
