La guerra de la narrativa
Nuestros gobernantes son totalmente irresponsables ante el pueblo, como en las monarquías absolutas. El rey sólo responde ante su propia conciencia y Dios.
Vivimos en tiempos de maromas. De cortinas de humo y magia. Donde una tragedia o una mala decisión de nuestras autoridades se transforma en pretextos, en culpas al pasado. En los cuales los malos resultados son achacables a fantasmas.
Nuestros gobernantes son totalmente irresponsables ante el pueblo, como en las monarquías absolutas. El rey sólo responde ante su propia conciencia y ante Dios.
Por eso la –mal llamada– Cuarta Transformación busca cancelar con cuentos los argumentos lógicos que se dan contra el gobierno del presidente López Obrador.
Que si hay más pobres, es culpa de las administraciones “neoliberales” –que por cierto daban mejores resultados–. Que si hay masacres, es debido al desastre que dejaron los conservadores. Que si el crecimiento económico es negativo, es por los empresarios y no por el mal ambiente de negocios que existe en el país desde hace tres años.
Tenemos a personas como la diputada Patricia Armendáriz, que primero argumentó que era apócrifa la carta contra el Parlamento Europeo y después dijo que la respuesta “pone un basta a este tipo de ataques de mexicanos usando órganos extranjeros de presión”. No entiende nada, y no le interesa hacerlo.
El presidente López Obrador exonera con sus historias a presuntos violadores, como Salgado Macedonio. O a Delfina Gómez, la secretaria de Educación Pública, quien está demostrado que ha cometido delitos en materia electoral. Su manto protector llega hasta su hijo, que vivía en una mansión de un proveedor del Estado. “Son ataques contra el gobierno”, dice, aunque la evidencia está frente a nuestros ojos.
Esas narrativas son tan ridículas que incluso justifican la devastación de la selva maya pero se jactan de la protección del inexistente lago de Texcoco. Los cuentos se adaptan según la necesidad. Hasta se inventaron un tren para llegar al aeropuerto Felipe Ángeles y nuestros funcionarios públicos se pusieron a actuar como si viajaran en él.
Incluso logran hacer un tema de “clasismo” las críticas a la venta de garnachas de manera informal en la terminal aérea más importante del país. No se trata de comercio informal, de la imagen del país o de los riesgos sanitarios o de otro tipo que esa actividad conlleva. Sino de discriminación.
Son buenos en crear discusiones irrelevantes para que nos olvidemos que son más ineficientes y mucho más corruptos que los gobiernos anteriores. Cínicos que se atreven a llamar al líder “un genio en economía” –aunque ha destruido la nuestra. Incluso un par de ridículos lo han propuesto para el Nobel de la Paz, mientras en su gobierno han ocurrido 120 mil homicidios.
¿Dónde estaban, los que ahora critican, cuando Felipe Calderón hizo esto? ¿Cómo respondió la oposición cuando Peña Nieto dijo aquello? Repiten como pericos. Y así disimulan su desastre y torpeza. Como si los errores del pasado justificaran las estupideces del presente.
Los ideólogos del régimen, como Epigmenio Ibarra –que recibió un “préstamo” por 150 millones de pesos para continuar con su trabajo de inventar historias– saben que lo que importa son las apariencias, no los resultados. Por eso, en el fondo, lo que buscan es ganar la guerra de narrativas, pues saben que tienen perdida la guerra de realidad. Y en varios frentes, van ganando.
