La falsa popularidad como medida

Estamos frente a la peor tragedia nacional en décadas

A lo largo de la historia reciente muchos políticos han hablado sobre popularidad. De hecho, varios gobiernos represores han sostenido sus regímenes con base en dicho concepto. Quién sabe cuándo empezó, pero incluso en Roma se justificó la dictadura de los emperadores por el apoyo “del pueblo”. La receta era pan y circo. ¿Suena conocido?

Lo cierto es que la popularidad, incluso la que no se inventa y está basada en datos, suele ser una falsa ilusión sobre una verdadera gestión de gobierno. La historia nos ha enseñado que se trata de algo subjetivo y manipulable, ajeno a la democracia, eficacia y eficiencia en las tareas públicas. Lo popular suele estar peleado con el bien común por el simple hecho que las decisiones difíciles no se toman en consenso con los afectados.

Es más, tristemente, la realidad demuestra que las personas que, en una evolución del síndrome de Estocolmo, apoyan a quienes oprimen y coartan los derechos, son los que sufren las peores consecuencias. Les dan su apoyo a sus captores por miedos y complejos.

Pero no vayamos muy lejos. Según la medición mensual realizada por la consultora Mitofsky para El Economista, a septiembre de 2021, el presidente Andrés Manuel López Obrador goza de 63% de aprobación promedio entre los ciudadanos mexicanos. Ésa es la cifra que se presume todos los días desde el púlpito oficial.

Es más, Jesús Ramírez Cuevas, uno de los ideólogos del régimen y coordinador general de Comunicación Social de la Presidencia de la República, se jactó que el periódico inglés The Financial Times, que retomando un estudio de la empresa Morning Consult Political —cuyas cifras contrastan con encuestas serias—, colocó al presidente López Obrador como el segundo mandatario más popular en el mundo, después del de India.

Pero la narración es engañosa. Si bien Oraculus dice que, en su tercer año de gobierno, el mandatario mexicano llegó con un 62% de aprobación, la cifra es menor al 64% con el que llegó Felipe Calderón a la mitad de su sexenio. La diferencia es que el tabasqueño trae el doble de muertos a cuestas.

Por eso cuando nuestras autoridades, incluso existiendo un exceso de mortalidad de 300 mil personas y 100 mil fallecidos en lo que va del sexenio, víctimas de la violencia, presumen un

—falso— logro, que es tener un “gran apoyo del pueblo”, están pisando arenas movedizas.

En el fondo nadie —algunos aplaudidores sí— pueden justificar el desastre real del gobierno federal. Desabasto de medicinas, violencia, economía colapsada. Hoy estamos frente a la peor tragedia nacional en décadas. Basta ver las cifras.

Finalmente, es claro que nadie puede sobrevivir con espejismos, como es la popularidad, y tarde o temprano la realidad termina imponiéndose.

Que el día de los difuntos que pronto conmemoramos, sea un recordatorio de que todo lo que empieza, tarde o temprano, tiene un fin. El régimen de López Obrador no es la excepción. El tema es cómo vamos a llegar a ese México que buscará reconstruirse en tres años.

  • *Maestro en Administración Pública por la Universidad de Harvard y profesor en la Universidad Panamericana. Twitter: @ralexandermp

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