La crisis climática en México

Otis tomó a todas las autoridades dormidas.

Parecía que iba a ser un buen año de cosechas. Se pronosticaron más de 10 ciclones tropicales en el Atlántico y más de 16 en el Pacífico. Como siempre ha sido, los agricultores confiaron en las lluvias para su sustento de vida.

Fue junio y las lluvias no llegaron. Tampoco lo hicieron en julio, en agosto ni en septiembre.

De acuerdo con el reporte del Monitor de Sequía, de la Conagua, para el 30 de septiembre, la dependencia federal dio a conocer que 74.96% del territorio de la República Mexicana se encontraba bajo alguna condición de sequía.

Las cosechas en gran parte del territorio nacional se perdieron por la falta de lluvias y con ellas los ahorros de los agricultores. Según los testimonios recogidos de los afectados en el centro del país, este ha sido “el año con peores lluvias en toda su vida”.

El resultado, además de los daños ya causados, será una crisis de alimentos, pues no se pudieron obtener las toneladas de granos que consumimos los mexicanos.

Como si no fuera de por sí devastador el panorama, los fenómenos meteorológicos se generaron de forma extemporánea. En menos de 15 días azotaron tres huracanes el país. Primero llegó Lidia, que golpeó Nayarit y Jalisco. Le siguió Norma en Baja California. Hundió decenas de embarcaciones y dejó la infraestructura turística muy dañada.

El tiro de gracia se dio en Acapulco. El huracán Otis, considerado el más potente que ha golpeado esas costas desde que se tienen registros, dejó a su paso, probablemente, el desastre natural más grande del siglo XXI en México.

Aunque todavía no se sabe la magnitud de los daños –en vidas y en infraestructura–, Otis tomó a todas las autoridades, literalmente, dormidas. Pese al aviso del Centro Nacional de Huracanes en Estados Unidos –con 21 horas de anticipación–, no se previno lo que podía ocurrir. La directora de Protección Civil a nivel nacional se tardó casi un día en llegar a la zona afectada y –por los pocos testimonios que llegan a la capital del país–, parece que nuestros funcionarios están completamente superados.

El Ejército, en lugar de estar cumpliendo una función de ayuda en desastres naturales –como lo había hecho con el plan DNIII–, está administrando los grandes elefantes blancos del presidente López Obrador.

Y es claro que si el mandatario no hubiera destruido el Fondo Nacional contra Desastres Naturales (Fonden) y usado esos recursos en sus ocurrencias inviables, la zona tendría un gran alivio.

La realidad es que nuestro país está pasando por una crisis climática sin precedentes, que no tiende sino a agravarse y estamos dejando nuestro futuro en políticos ignorantes, como el vaquero Samuel García, gobernador de Nuevo León con licencia, que decidió subirse a un avión –como si fuera a montar un toro mecánico– y bombardear las nubes con químicos para hacer que lloviera en su estado.

Si seguimos sin tomarnos en serio el tema y dejamos las decisiones en políticos improvisados, el costo para México será inmenso. No es posible posponer las medidas para el que país pueda resistir, en todas sus dimensiones, el cambio climático.

*Maestro en Administración Pública por la Universidad de Harvard y profesor en la Universidad Panamericana

X: @ralexandermp.

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