Fuerzas Armadas S.A.

Estamos alimentando a un monstruo de mil cabezas y sometiendo el futuro de nuestra –débil– democracia a los intereses de una enorme organización.

No lo podíamos prever. Incluso, durante su campaña por la Presidencia, prometió que las Fuerzas Armadas regresarían a sus cuarteles, como debía de ser. Ahora sabemos que, tras tres años de su administración, no sólo hizo lo contrario, sino que ha vuelto a los militares el hilo rector de la vida pública de México y en una de las “empresas” constructoras más grandes del continente.

Por donde se vea, el tema es preocupante. No es claro el porqué está sucediendo ni las razones de fondo. No sabemos qué o quién está motivando al presidente López Obrador para otorgarle tantas dádivas y privilegios al ejército mexicano y a la marina.

Como si admirara a esos gobiernos militares del siglo XX en Latinoamérica, nuestro mandatario no sólo les encargó la seguridad pública, sino que los puso a manejar puertos y aduanas, construir aeropuertos y sucursales bancarias, incluso comprar y repartir insumos médicos. Por si fuera poco, ahora administrarán y operarán el Tren Maya y el Aeropuerto de la Ciudad de México, lo que no pasa en ningún país desarrollado.

Para lograrlo, les dio miles de millones de pesos. Y pasó lo que tenía que pasar: opacidad, corrupción, poca transparencia. Según una investigación de Latinus, llevada a cabo por Isabella González, en la revisión de 966 contratos que celebró el Ejército para la construcción del aeropuerto de Santa Lucía, se encontraron empresas fantasma, compañías investigadas por desvíos de recursos y casi todos los procesos son adjudicaciones directas.

Las peores prácticas de contratación gubernamental y un desastre en el uso de recursos públicos. Además, es bien sabido que nadie se atreve a exigirle cuentas a los militares, no nos engañemos.

En la realidad, el Ejército y la Marina se han convertido en una enorme empresa que podrá marcar el futuro del país e incluso determinar quién llevará las riendas del gobierno. Presenciamos un verdadero cambio de paradigma, donde los militares ya no responden a los ciudadanos, sino a sus propios beneficios. Antes que el interés nacional, buscarán mantener sus privilegios.

No existe una explicación sensata o positiva sobre el poder que el Presidente le ha dado a los militares. Puede ser por miedo. O porque necesita su lealtad a como dé lugar. Igual y piensa que necesita de su Ejército para cuidarlo de la mafia –que ya no está– en el poder y que conspira contra su proyecto, cuyos malos resultados son consecuencia de esa pugna. Tal vez sólo estemos viendo la punta del iceberg en los planes del mandatario de “transformar” a México y que, para lograrlo, necesita de los militares y de sus armas, pues los votos pueden no bastar.

Si algo nos ha enseñado la historia de México y Latinoamérica, es que la vida civil y la castrense no se deben mezclar, sino en ciertos casos y por tiempos determinados.

Hoy, en la conmemoración de la Revolución Mexicana, necesitamos tomar conciencia de que estamos jugando con fuego. No son sólo las violaciones de derechos humanos, cometidas por la Guardia Nacional. Ni la falta de transparencia en el uso de recursos públicos. En el fondo, estamos alimentando a un monstruo de mil cabezas y sometiendo el futuro de nuestra –débil– democracia a los intereses de una enorme organización, cuyos miembros, además, son quienes portan las armas.

*Maestro en Administración Pública

por la Universidad de Harvard

y profesor en la

Universidad Panamericana.

Twitter: @ralexandermp

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