El Ejército de López Obrado

Después de la promesa del entonces candidato a la presidencia Andrés Manuel López Obrador acerca de que las Fuerzas Armadas regresarían a sus cuarteles, tras dos años de su administración, ha resultado sorpresivo y muy preocupante que el mandatario cada vez otorga ...

Después de la promesa del entonces candidato a la presidencia Andrés Manuel López Obrador acerca de que las Fuerzas Armadas regresarían a sus cuarteles, tras dos años de su administración, ha resultado sorpresivo —y muy preocupante— que el mandatario cada vez otorga más poder y mayores responsabilidades al Ejército y a la Marina, en un aparente intento de ganar su lealtad incondicional, como si eso estuviera en tela de juicio.

Los militares ahora no sólo se encargan de la —precaria— seguridad pública, sino que hacen caminos, instalan cajeros automáticos, compran y reparten insumos médicos, tienen a su cargo las aduanas del país, construyen aeropuertos y, ahora, según lo informó el Presidente, administrarán y operarán el Tren Maya. No hay límite.

Lo que está ocurriendo con nuestro gobierno y su afán por militarizar el país se puede interpretar desde tres escenarios. El primero implica que el mandatario tiene información sensible que lo obliga a involucrar a las Fuerzas Armadas en cualquier tema relevante. Que conoce algo que no estamos viendo, probablemente respecto del crimen organizado. Que está infiltrado en todo el Estado mexicano y que su poder es mayor al que creemos.

Bajo esa premisa, el Presidente realmente teme al Ejército y a la Marina. Necesita su lealtad a como dé lugar, y que se involucre en todos los ámbitos para seguir teniendo un Estado funcional.

Un segundo escenario es que el mandatario ya se creyó los mitos que impulsan sus ideólogos —como John Ackerman o Epigmenio Ibarra— de que estamos viviendo una transformación comparable a la Independencia o a la Revolución Mexicana, pero pacífica.

Es víctima de su propia visión maniquea de conservadores y liberales, fifís y el pueblo bueno y sabio. Un mundo donde Madero y Juárez representan prácticamente los mismos ideales. Por eso necesita de su Ejército, para cuidarlo de las fuerzas oscuras —la mafia que ya no está en el poder— que conspiran contra su proyecto, cuyos malos resultados son consecuencia de esa pugna.

Finalmente, tenemos un tercer escenario, en el cual López Obrador piensa que es la esperanza de México. Él es la democracia y encarna la voluntad popular, incluso cuando el pueblo vote en contra de él. Además, representa la justicia y determina la ley. El Estado es él.

Bajo este último escenario, tal vez sólo estemos viendo la punta del iceberg en los planes del mandatario de “transformar” a México y, para lograrlo, necesita de los militares y de sus armas, pues los votos pueden no bastar.

Cualquiera que sea el caso o incluso una combinación de los tres escenarios, es realmente preocupante. Si algo nos ha enseñado la historia de México y Latinoamérica es que la vida civil y la militar no se deben mezclar, sino en casos y por tiempos determinados.

Lo dijo claramente el presidente López Obrador, las Fuerzas Armadas deben administrar y operar el Tren Maya para “evitar que haya tentación de privatizar esta obra”. Como si los mandos civiles de la próxima administración fueran a estar supeditados a los militares. Presenciamos un verdadero cambio de paradigma, donde el Ejército ya no responde a los ciudadanos, sino a la élite política.

¿En qué momento normalizamos la transición de ser el Ejército y Marina mexicanos a ser el Ejército del presidente López Obrador?

           *Maestro en administración pública

                por la Universidad de Harvard

                y profesor en la Universidad Panamericana

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