El desastre de las palmas
La muerte de las palmas ha evidenciado la apatía por el entorno público, por nuestros espacios de convivencia y recreo.
Es un panorama desolador. Empezó en algunos parques de la Ciudad de México. Llegó justamente a Paseo de Las Palmas, donde se cobró decenas de víctimas. Tampoco se libró la palmera de avenida Reforma. Incluso algunas de la colonia Roma eran centenarias y ya no hay evidencia de ellas.
La capital del país vive una masacre de palmas donde ninguna se salva. Empiezan a debilitarse, a marchitarse sus hojas. Terminan cediendo y muriendo.
Si bien estas palmeras no son un árbol nativo de la Ciudad de México, son parte de su personalidad y de su historia. Algunas de ellas son del porfiriato y vieron pasar la Revolución Mexicana.
Hoy la especie está condenada. No hay que ser biólogo para verlo pues es evidente que sus días están contados.
Dicen que es una plaga o el resultado del cambio climático, pero la realidad es que no se ha entendido a fondo el problema ni su causa.
Según parece, la enfermedad empezó en el año 2000 en Morelia, pero no fue sino hasta 2020 –al igual que covid– cuando los capitalinos empezaron a alzar la voz y pedir que las autoridades intervinieran. Que tomaran las medidas pertinentes para entender la situación y actuar en consecuencia. Todo ha sido en vano.
Los científicos no han podido llegar a conclusiones –y soluciones– certeras. Se ha hablado de que el culpable es el hongo de la pudrición rosa (Nalanthamala vermoesenii), que daña las raíces y provoca la muerte de las palmas y plantas que forman parte del paisaje urbano. También a los escarabajos conocidos como “picudos rojos”.
En el fondo, no se sabe a ciencia cierta qué es lo que está matando a esta especie.
Las palmeras, principalmente las que se conocen como “canarias”, han sido parte del entorno urbano por más de cien años en la capital del país, al grado que glorietas y avenidas han tomado su nombre de aquellas plantas.
Probablemente la víctima más icónica fue la palma de la glorieta de Paseo de la Reforma, que era parte de la identidad de la ciudad. Su deceso no fue parte de su envejecimiento natural, sino resultado del descuido y del desdén que muestra el gobierno de la Ciudad de México por el medio ambiente, trató de ser ocultado por un “homenaje” hacia el tronco ya sin vida. Lo que le siguió fue igualmente desastroso, pues no se pudo adaptar el ahuehuete que pusieron en su lugar.
Lo que es obvio es que a nuestro gobierno, al que le gustan las soluciones fáciles y barrer la basura debajo de la alfombra, simplemente va y quita los árboles muertos, los sube a un camión y seguramente no cuida evitar la propagación de la enfermedad. Ahí están los resultados.
La muerte de las palmas ha evidenciado la apatía por el entorno público, por nuestros espacios de convivencia y recreo. Es el desdén por la historia de nuestro país y de la Ciudad de México. Es la búsqueda de respuestas cómodas y no de fondo, lo que ha caracterizado a los gobiernos capitalinos.
El problema persiste y se puede catalogar como una crisis ambiental, aunque parezca que a nadie le importa.
* Maestro en Administración Pública por la Universidad de Harvard y profesor en la Universidad Panamericana
Twitter: @ralexandermp.
