Hemos perdido la capacidad de asombro. Incluso, normalizamos la situación en la que vive nuestro país, que si bien no nació con la Cuarta Transformación, claramente se radicalizó. Bajo el -des- gobierno del presidente López Obrador ha desaparecido cualquier muestra de autoridad y se le dio el control de la vida pública nacional a las organizaciones criminales.
Como en una guerra, los criminales cuentan con ejércitos privados más grandes y más equipados que las policías municipales. Probablemente más que algunas estatales.
También hemos visto las flotillas de aviones con las que cuentan. Los tanques que usan para combatir a las debilitadas o casi inexistentes fuerzas policiales o a los grupos rivales. Uniformes, armas de grueso calibre, lanzagranadas. Y se siguen equipando todos los días. Hace unas semanas vimos las imágenes de bombas que lanzaban mediante drones. Ahora en Aguililla, Michoacán, los narcos sembraron minas.
Aunque nuestras autoridades decidan voltear hacia otro lado, es un hecho que son las organizaciones criminales quienes mandan en gran parte del país, probablemente en más de las que pensamos. Son las que disponen de la vida de los mexicanos. Ellos ponen a los gobernantes y financian sus campañas políticas. Y si alguien se interpone en su camino, simplemente lo asesinan.
Todos los días vemos las aterradoras y apocalípticas imágenes de las masacres que ocurren a lo largo del territorio nacional —ésas que ya no existen, según el Presidente—. De los cuerpos desmembrados o colgados de puentes. El pan de todos los días son periodistas asesinados, mujeres desaparecidas, familias enteras ultimadas. El resultado son casi 110 mil homicidios en los últimos tres años y un Estado de derecho que brilla por su ausencia.
Y mientras todo esto ocurre, el mandatario aparece con su risita burlona en las conferencias mañaneras diciendo que tiene una reunión todos los días para revisar avances en seguridad. Lo cierto es que no sólo es incapacidad, lo que vemos complicidad.
El Presidente, cuyos escándalos de corrupción aparecen todos los días, no nos ha dicho quién lo mantuvo durante 12 años. Ni de quién era ese dinero que sus colaboradores cercanos y familiares aparecen recibiendo en videos, presuntamente para financiar sus campañas políticas. No sabemos a quién le debe lealtad y los intereses que protege.
Lo que sí sabemos es que ha renunciado a perseguir a las organizaciones criminales. Que liberó a Ovidio Guzmán en Culiacán y que no lo han tocado ni con el pétalo de una rosa. Que ha tenido cercanía y deferencias con la madre de Joaquín El Chapo Guzmán y algunos de sus funcionarios se han reunido con delincuentes conocidos. Los enemigos del Estado viven en completa impunidad, mientras el Presidente se dedica a atacar a periodistas y opositores.
¿Dónde está Rosa Icela Rodríguez, secretaria de Seguridad y Protección Ciudadana, y su presupuesto anual de 93 mil millones de pesos? ¿A qué se dedican los 100 mil “policías” de la Guardia Nacional a cargo del general Luis Rodríguez Bucio? ¿De qué sirve tener un país militarizado si quien manda son los narcotraficantes?
Aunque algunos tengan ceguera selectiva, la realidad es que este gobierno demuestra todos los días que sí son un peligro para México y sus ciudadanos. Ahí están las cifras.
*Maestro en Administración Pública
por la Universidad de Harvard
y profesor en la Universidad
Panamericana
Twitter: @ralexandermp
