Atreverse a pensar
Ahora existen los dueños de conceptos como democracia, libertad de expresión, justicia o moral. Retar a sus propietarios resultado en escarnio público.
Vivimos momentos complicados como sociedad. Como país. Parecería que estamos convencidos de que cavando más hondo en un agujero en el que estamos atrapados vamos a encontrar la salida.
En 1784, en pleno siglo de las luces, el filósofo Immanuel Kant escribió un ensayo titulado Respondiendo a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración? La idea medular del texto es lanzar el reto de atreverse a pensar y dejar –lo que él simboliza como– la minoría de edad, para lograr el progreso mediante el uso de la razón.
En ese momento se argumentaba que la sociedad se iba a ir perfeccionando, pues lo único que tenían que hacer los individuos era eso, pensar.
La historia nos ha demostrado que Kant estaba equivocado. Después de dos siglos parece que hemos llegado a un punto en que la razón está subvalorada y brilla por su ausencia, en el cual el pensamiento crítico ha sido sustituido por criterios de moda. Cualquier idea en contra de la tendencia genera la inmediata cancelación del emisor. Lo políticamente correcto es más importante que los argumentos y los razonamientos.
Son tiempos cuando la pereza mental ha sido alimentada por cuentos, narraciones, en los que se presenta una realidad maniquea.
Ahora existen los dueños de conceptos como democracia, libertad de expresión, justicia o moral. Retar a sus propietarios tiene el resultado del escarnio público.
Por eso cada vez es más difícil atrevernos a pensar. A discutir. “No vaya a ser que alguien se enoje”.
Incluso ahora hay gente que puede estar convencida de algo –y defenderlo– aunque exista evidencia de que esa idea es falsa, como es que el gobierno de la Cuarta Transformación combate la corrupción. Ahí están los videoescándalos y la impunidad.
Por eso, porque no nos atrevemos a pensar, cualquier fiasco es justificable. Todo se puede explicar, aunque vaya en contra de cualquier razonamiento básico. Así, el presidente López Obrador puede abiertamente defender la transparencia en su gobierno al mismo tiempo que paraliza al Inai. “¿Para qué quieren transparencia si me tienen a mí?” –debe pensar–.
Ahí están sus otros datos. El discurso de que “vamos muy bien”. Una verdadera realidad alterna.
Y también están sus seguidores, con maromas para cada ocurrencia.
La respuesta del por qué de su popularidad no es clara. Tal vez el hartazgo. O el dinero distribuido mediante programas sociales. Sin embargo, no hay ningún argumento lógico para apoyar a un gobierno como el que tenemos y pensar en su continuidad.
No existe un ejercicio de pensamiento crítico hacia la autoridad y cualquier oposición al oficialismo es asumida como una frontal hostilidad. Como si señalar las faltas fuera un ataque directo a los votantes.
Pero lo más interesante es que la situación actual es socialmente aceptada e incluso existen muchas posibilidades de continuar por el mismo camino por seis años más. Entre otros temas, no nos escandaliza la militarización del país, ni que los cárteles controlen regiones enteras del territorio mexicano.
El problema es que no nos atrevemos a pensar y, si seguimos por el mismo camino, estamos condenados al fracaso. Necesitamos dejar ya esa minoría de edad de la que habla Kant.
*Maestro en Administración Pública por la Universidad de Harvard y profesor de Derecho Constitucional en la Universidad Panamericana.
Twitter: @ralexandermp.
