Sequía de agua y de ideas

Nos encontramos a punto de no saber qué hacer.

Alguna vez en 1917 hubo una Dirección de Aguas, Tierra y Colonización, luego se convirtió en la Comisión Nacional de Irrigación en 1926; más tarde, en 1946, se le denominó como la Secretaría de Recursos Hidráulicos, y en 1976 fue la Secretaria de Agricultura y Recursos Hidráulicos.

Actualmente se llama Conagua y enfrenta lo que los funcionarios llaman “una sequía atípica” y pese a que se han registrado algunas lluvias, las tres presas principales del Sistema Cutzamala: Villa Victoria, El Bosque y Valle de Bravo. Están sumidas en el desamparo. Sirva como ejemplo que en ésta última, los restaurantes que estaban hace diez años al borde del lago, han tenido que mudarse 400 metros dentro de lo que es el lago para continuar diciendo que están “junto al lago”. Esas presas o retenes de agua se encuentran a 47.6% de su capacidad, y Villa Victoria a 48.5% por ciento. Así es, están a la mitad de sus condiciones normales.

Esto no ha sido de un día para otro, cuando menos lleva una década está disminución atribuida a dos factores clave: la deforestación y el cambio climático. No está de más mencionar que se han extraído caudales enormes y cada vez más crecientes para abastecer a la Ciudad de México y Toluca.

Los niveles continúan descendiendo y la directora técnica de la Cuenca Aguas Del Valle de México, Patricia Labrada, afirma que se tiene una diferencia con el almacenamiento histórico de cuando menos 180 millones de metros cúbicos. En otras palabras, la situación está en los linderos de una crisis a la que prácticamente las autoridades y la ciudadanía le dan muy poca importancia.

De las 210 presas que hay en el país, 72 están por debajo de la mitad de almacenamiento. Además de las arriba mencionadas, se encuentran convertidas en charcos, las presas de Sinaloa y Sonora, otrora llamadas a surtir los terrenos que se consideraban “el granero de la nación”.

Lo sabemos bien, sin agua no hay vida y nos encontramos a punto de no saber qué hacer, pues ese recurso, de suyo escaso, se desperdicia en más cien mil puntos del territorio nacional: fugas, malas conexiones, desinterés y una notable ausencia de lo que llamaríamos una cultura de preservación del agua.

Resulta lógico que si las aguas principales se destinen a mover refinerías contaminantes, como Salamanca y Cadereyta, en lugar de promover energías limpias, el gasto sea inútil y nocivo para las poblaciones cercanas.

¿Qué se ha hecho para atenuar el cambio climático? Justamente lo contrario, al construir una refinería en Dos Bocas, no dar mantenimiento a las seis existentes y adquirir una vieja planta de refinación en Texas. Fuera, muy lejana a nuestras necesidades de producir energía limpia con las plantas de energía eólica, solar, incluso nuclear.

Aunque es menester decirlo, no es solamente la falta de recursos hidráulicos, es fundamentalmente la ausencia de ideas y programas nuevos articulados en el empleo de aguas y su ya complejo mantenimiento.

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