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Decidir la historia

Pascal Beltrán del Río

Pascal Beltrán del Río

Bitácora del director

En el inicio de las conmemoraciones de este año, el gobierno federal decidió tomar partido en la disputa por el poder que protagonizaron las logias masónicas yorkina y escocesa en los primeros años de existencia del país, y ensalzar a Vicente Guerrero y condenar al olvido a sus rivales, marcadamente Agustín de Iturbide y Manuel Gómez Pedraza.

Como he relatado aquí varias veces en semanas recientes, la consumación de la Independencia, en 1821, fue producto de una alianza entre Iturbide y Guerrero, misma que no ha merecido consideración por parte de quienes decidieron qué personajes y qué acontecimientos serían motivo de homenajes.

El pasado siempre es terreno de claroscuros, pues depende de la manera en que se recuerdan los hechos. Aunque Orwell escribió que la interpretación de la historia la deciden los vencedores, un repaso desapasionado ayuda a entender que los personajes que han marcado la vida de las naciones no son ángeles ni demonios, sino seres de carne y hueso.

Con Guerrero esto queda clarísimo. Sin duda, fue un brillante estratega militar, que mantuvo a raya a las fuerzas realistas en la Sierra del Sur después de la derrota y fusilamiento de Morelos. Luego derrotó repetidamente a Iturbide, quien salió a combatirlo, en noviembre de 1820, y acabó acordando con él una alianza que dio la puntilla al dominio español.

El domingo pasado, en el primer acto de conmemoración, el presidente Andrés Manuel López Obrador recordó la ejecución de Guerrero, en Cuilápam, Oaxaca, en 1831, pero sin realizar un balance de la vida del homenajeado.

Quizá porque una mínima revisión histórica requeriría abordar la sucesión presidencial de 1828, la primera de la República federal inaugurada cuatro años antes con Guadalupe Victoria a la cabeza.

No cabrían en este espacio todos los antecedentes de la anulación de la elección del 1 de septiembre de ese año, que fue ganada por Gómez Pedraza, pero no puede obviarse que la disputa por la Presidencia desembocó en levantamientos armados por parte de los yorkinos perdedores.

La secta política de Guerrero había recurrido a todo para ganar, incluso a ahuyentar a los votantes rivales en las elecciones primarias del 17 de agosto de 1828 para asegurar que los suyos tuviesen la ventaja en los comicios presidenciales del 1 de septiembre. Para sorpresa de muchos, Gómez Pedraza, ministro de Guerra y Marina del gabinete de Guadalupe Victoria y candidato de los escoceses, obtuvo el triunfo, con once votos de las Legislaturas estatales, de 36 posibles, contra nueve de Guerrero. Los partidarios de éste se sublevaron. En la Ciudad de México se dio un levantamiento instigado por Lorenzo de Zavala, uno de los personajes más controvertidos de la historia de México, quien apoyó el separatismo texano y llegó a ser el primer vicepresidente de la llamada República de Texas.

En un hecho histórico conocido como el Motín de la Acordada, los guerreristas se hicieron de un arsenal que se conservaba en el edificio del viejo tribunal colonial y con él tomaron Palacio Nacional, obligando al gobierno a capitular, a Gómez Pedraza a huir al exilio y al Congreso a anular la elección del 1 de septiembre y nombrar presidente a Guerrero.

Su toma de posesión como segundo presidente de la República fue, pues, un acto espurio. Abrió la puerta a que el poder se dirimiera por las armas, algo que se mantuvo a lo largo del siglo XIX, hasta que Porfirio Díaz le puso fin al relajo mediante una férrea dictadura, y provocó que el país viviera en guerra por varias décadas consecutivas.

Más allá de los logros que haya podido tener durante su efímera Presidencia —de la que fue tumbado por el vicepresidente Anastasio Bustamante, quien planeó la traición que lo llevó a la muerte en Oaxaca—, Guerrero sembró la semilla de la inestabilidad política con su usurpación del poder. Literalmente, mandó al diablo a las instituciones.

Hoy, Guerrero es figura central de las conmemoraciones que ha organizado el gobierno federal. Ya era recordado con estatuas, calles y colonias, y hasta una entidad federativa lleva su nombre. En cambio, los restos de Gómez Pedraza —quien tampoco era ángel ni demonio— reposan en el Panteón Francés de la Piedad, al lado de un montón de cascajo. Al menos así fue fotografiada su tumba hace menos de cuatro años.

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