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A 50 años del bautizo de fuego de la guerrilla

Pascal Beltrán del Río

Pascal Beltrán del Río

Bitácora del director

 

Era el 14 de enero de 1972, hoy hace 50 años. El presidente Luis Echeverría –quien el próximo lunes cumplirá un siglo de vida– acababa de hacer la declaratoria oficial del Año de Juárez, en conmemoración del centésimo aniversario de la muerte del Benemérito.

Aún resonaban en la juventud mexicana los actos represivos del 2 de octubre de 1968 y el 10 de junio de 1971. Algunos estudiantes habían llegado a la conclusión de que la apertura democrática prometida por Echeverría era una farsa y que la única manera de cambiar de régimen era mediante la violencia.

Sería una decisión que no tardaría en probarse como trágica, no sólo por la imposibilidad de llevarla a cabo, sino por la respuesta brutal que recibió. Aquel viernes, dos grupos guerrilleros incipientes pasarían de las palabras a los hechos. Para ello planearon una serie de asaltos bancarios simultáneos que se llevarían a cabo en Monterrey y Chihuahua –tres sucursales por ciudad–, con los que se obtendrían recursos para comprar armas y darse a conocer políticamente.

El primero lo encabezaba Raúl Ramos Zavala, estudiante de la Universidad de Nuevo León, originario de Torreón, a quien el Partido Comunista Mexicano había colocado como profesor adjunto en la Facultad de Economía de la UNAM para reunir los restos del naufragio de 68.

Testigo del Halconazo, Ramos Zavala se convenció de la inutilidad del activismo pacífico y abrazó la idea de la autodefensa armada de los movimientos sociales. En diciembre de 1970, rompió, junto con otros, con la Juventud Comunista, y se lanzó de lleno en la aventura guerrillera estableciendo vínculos con otros grupos armados.

A esos exmilitantes del PCM se les unieron estudiantes de formación cristiana, entre los que destacaba el aguascalentense Ignacio Salas Obregón. Todos juntos eran conocidos como Los Procesos.   

El segundo grupo lo lideraba Diego Lucero Martínez, presidente de la sociedad de alumnos de ingeniería de la Universidad de Chihuahua. Fue formado políticamente por Arturo Gámiz y Pablo Gómez Ramírez, quienes murieron al tratar de emular el asalto al cuartel Moncada, símbolo de la Revolución Cubana, atacando el destacamento militar de Ciudad Madera, Chihuahua, el 23 de septiembre de 1965.

Contactado en la Ciudad de México por estudiantes politécnicos, Lucero formó con ellos el grupo conocido como Los Guajiros, bautizado así por Lucio Cabañas, el profesor guerrerense que desde 1967 se había remontado a la sierra que rodea la Costa Grande para combatir al gobierno.

Las acciones del 14 de enero de 1972 no se desarrollaron sin dificultades y pérdidas para los sublevados. Insuficientemente preparados en la táctica y el manejo de armas, uno de los asaltos en Monterrey fracasa porque no llegaron los participantes, lo mismo que otro en Chihuahua, al ser descubierto el comando por el pitazo de una cliente. Para no ser confundidos con delincuentes comunes, los guerrilleros dejan mensajes en las sucursales asaltadas aclarando sus motivaciones revolucionarias.

La reivindicación política no hace sino activar una rápida, eficaz y despiadada respuesta policiaca. En ambas ciudades, muchos de los guerrilleros son rastreados hasta sus casas de seguridad. Algunos mueren, como el propio Lucero –ejecutado extrajudicialmente– y otros son capturados y torturados para que delaten a sus compañeros.

Sin embargo, entre los que logran salir del cerco están Ramos Zavala –quien, sin embargo, moriría tres semanas después, baleado por la policía en el Parque México de la capital del país– y Salas Obregón, segundo al mando, quien retomaría la labor de unir a los distintos grupos armados y se encargaría de formar y dirigir, durante su efímera existencia, la principal organización de la guerrilla urbana que existió en México: la Liga Comunista 23 de Septiembre.

Tal fue el bautizo de fuego que tuvo, hace 50 años, un grupo de jóvenes que se propuso tumbar por las armas al régimen autoritario que entonces gobernaba el país, una idea que duró poco y cuya historia no ha sido suficientemente relatada.

 

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