Logo de Excélsior                                                        

Traje a la medida del emperador

Opinión del experto nacional

Opinión del experto nacional

           Lo que Duclos dice de Luis XVI

                se aplica a ciertos escritores.

                A saber: “las decisiones del rey

                no siempre se aprueban,

                pero siempre se aplauden”.

                G.C. Lichtenberg

Por Carlos Carranza

Los trajes se confeccionan a las dimensiones de los emperadores. Vestimentas que también hacen lucir el ego de quien los porta con la soberbia de quien ostenta el poder de comprarlo y presumirlo en sus paseos, desfiles, conferencias.

El traje está hecho para ser valorado por el mundo porque es lo que resalta la personalidad de quien sale a las calles de su reino para ser admirado por todos, de manera unánime y sin menoscabo de la labor de sus respectivos sastres, artistas de su personalidad. Pero, en uno de sus tantos paseos, la gente contempla un triste espectáculo: el emperador camina desnudo. El silencio pactado tiene una sencilla explicación, ya que los sastres han confeccionado un traje cuya grandeza sería invisible para aquellos que fueran indignos de su puesto o los favores del emperador. Las palabras articularon un mensaje que no tenía oposición. El silencio y la teatralidad motivan a quienes observan al emperador y se construye un discurso a partir del engaño; por ello, nadie se atreve a contrariar la omnisciencia del presidente.

Así se confecciona la realidad a la medida de quien ostenta el poder y de una sociedad que rinde pleitesía de manera acrítica.

Es clara la referencia a uno de los cuentos populares de H.C. Andersen, incluido en su clásico Cuentos de hadas contados para niños (aunque dicha narración está basada en un texto de El conde Lucanor). Es una historia que se articula a partir de un juego de engaños, el temor y el ánimo veleidoso del protagonista. Así, la literatura conjetura la realidad a través de sus historias y los personajes que nos murmuran toda la complejidad que define al ser humano.

Parecería que en líneas anteriores he cometido un error al sustituir el término emperador por el de presidente, sin embargo, no existe tal equívoco: la figura presidencial, en su dimensión histórica, confecciona la realidad a la medida de sus intenciones. Ninguno de los presidentes de nuestra historia moderna ha cambiado de sastrería.

Ya la historia se encarga de juzgar los trajes de los anteriores presidentes cuyas decisiones dejaron a este país sumido en su propia desnudez. Quienes hayan señalado el engaño, seguramente hoy lo hacen. Sin embargo, el día de hoy nos corresponde observar el desfile del presidente en turno sin aplaudir de manera irracional. ¿Será que nuestro primer mandatario y su cohorte de sastres diariamente confeccionan una realidad a su propia medida? Y el hilo que engarza tal confección es el lenguaje.

Este gobierno ha construido, de manera reiterada, un discurso en el que las dudas y los cuestionamientos se han vuelto una constante.

Si bien como sociedad somos capaces de comprender que cualquier cambio provoca un ajuste en las políticas económicas, sociales y culturales que permitirían vislumbrar el objetivo de un nuevo gobierno, su nivel discursivo sólo ha promovido el distanciamiento crítico de algunos que optaron por este cambio.

Es un error pensar que simplemente es pobreza del lenguaje lo que caracteriza la comunicación del presente gobierno; lo que diariamente escuchamos es una reiterada estrategia por consolidar una percepción de la realidad a partir de un lenguaje que termina por desgastar cualquier posicionamiento crítico. Quien ha protagonizado esta articulación del lenguaje es el primer mandatario y, sin embargo, su discurso comienza a desgastarse bajo la premisa de los “otros datos”.

Cabe reiterar que la posibilidad de señalar la desnudez del emperador no se encuentra en la oposición —tan lejana de consolidarse como una opción política renovada— ya que, durante décadas, ha protagonizado sus propios desfiles.

Así como en el cuento de Andersen, el posicionamiento crítico tiene que provenir de una sociedad que no sea testigo, sino actor fundamental en las exigencias a la nueva administración.

El autor confirió a un niño la osadía de señalar la desnudez del protagonista y así desvelar la realidad: que sea la educación la que dote de herramientas a nuestra niñez para que exista la posibilidad de un futuro sin emperadores.

Comparte en Redes Sociales