Torre de Babel

POR JAINA PEREYRA *

Primer acto.

Tú eres comentocracia. No, tú eres comentocracia. Los liberales son los malos. No, los comunistas son unos idiotas. No, yo soy de izquierda. Eso no es ser de izquierda. Pero tú eres de escuela privada. Pero tú también. Pero yo por mérito, no por privilegio. Te lo dije, tu mesías es un idiota. Pero tú apoyaste a Calderón y él es un asesino. Pero yo lo critiqué. Pero no votaste por AMLO. El populismo es el diablo. La tecnocracia es peor: soberbia y racista. Pero lo tuyo es pura pose. Maroma. ¿Te da gusto decir “te lo dije”?

Así transcurren los días en las redes sociales; un mundo que parece haber abandonado la mesura, la sensatez y la tolerancia. El juego de quién tiene la razón, de quién es más digno, de quién es verdaderamente una persona decente se ha vuelto suma cero. Si tus ideas políticas no coinciden con las mías, eres un idiota y no hay nada valioso en lo que dices, parece ser la regla dominante de convivencia. Todos tan pagados de sí mismos, todos convencidos de que su opinión es tan importante, todos buscando el sinfín de likes como si eso les diera la razón y como si tener la razón compusiera algo en el país.

Segundo acto.

157 cadáveres en una caja de refrigeración porque el Estado mexicano no tiene ni dónde guardar a sus muertos. La crisis nos ha rebasado. Los vecinos preocupados por las enfermedades. El gobernador histriónico en su conferencia de prensa. 157 cadáveres abandonados en un paraje por el Estado mexicano. La vida sigue normal.

Tercer acto.

López Obrador está sentado en el avión esperando que inicie su vuelo desde Huatulco, uno de los últimos lugares de la “gira del agradecimiento”. No necesita, insiste, un avión presidencial. Sigue planteándolo en términos de lujo y no de eficiencia. Para el presidente electo, la celeridad para movilizarse es irrelevante, la incomunicación también. No alcanza a imaginarse una crisis nacional en la que sea importante que tome una decisión inmediata. Por su mente no ha cruzado la catástrofe, el accidente, el atentado terrorista. Esas fantasías deben ser propias de la mafia del poder, pero a un presidente honrado nunca le explotaría un ducto de Pemex.

Piensa que la preocupación tiene que ver con su incomodidad. Nos habla del “peregrinar de los héroes nacionales”. No pierde oportunidad de equipararse con Hidalgo, Juárez y los caudillos revolucionarios. Habla de los mensajes de teléfono que se pueden mandar desde el avión (estacionado) y nos refiere al telégrafo. Claro, si se pudo gobernar entonces, ¿por qué le pedimos usar la tecnología de hoy?

Cuarto acto.

Mientras escribo, superviso grupos de enfoque de una microfinanciera. Llega todo tipo de empresarios. Un campesino, una taquera, una joyera. Una señora que pela pollos, renta cuartos, le puso un taxi a su hijo y tiene un invernadero. Habla con esperanza; nos dice que en dos años, va a terminar de construir su casa. Ya sólo le falta colar dos cuartos y una columna. Nos invita a la fiesta de inauguración.

En estos salones hay de todo, menos privilegio. “A veces llega la mercancía y no tienes dinero para pagar”, cuenta un alfarero de sombrero de paja. “Con poquito dinero empezamos, como con mil pesitos”, cuenta una señora que ya puso dos negocios, uno para su hija. “Queremos el crédito para poder invertir. Queremos el crédito para poder trabajar”, concluye uno de ellos.

Este México está tan lejos de todo lo anterior. De los muertos. Del avión comercial. De la comentocracia intoxicada de sí misma. Este México conmueve e inspira y duele y entusiasma. Qué bueno sería que lo viéramos todos de vez en cuando, pero sobre todo, los comentócratas para salirse de su ombligo; pero sobre todo, el Presidente electo extasiado en su pueril juego de símbolos; pero sobre todo, el Estado responsable de los muertos.

                    *Especialista en discurso político.

                        Directora de Discurseros SC.