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Este Metro que ves

Opinión del experto nacional

Opinión del experto nacional

Por Fernando Islas*

 

Los pasajeros frecuentes del Metro de la Ciudad de México viven una relación tóxica con este medio de transporte. Se le quiere y se le odia. No hay medias tintas. Se le agradece o se le mienta la madre. El Metro nos resuelve un trayecto corto, digamos de Chabacano al Zócalo, Línea 2, la azul, en menos de 10 minutos, pero otro día, el que sea, ese mismo recorrido puede durar media hora. Otro ejemplo: los estudiantes que transbordan en Zapata para ir a la UNAM, a las estaciones Copilco o Universidad, Línea 3, la verde olivo, hacen unos 12 minutos, o esperan esa misma cantidad de tiempo en cada parada. La eficiencia del mediodía se convierte en un desastre por la noche y en una pesadilla garantizada a las primeras horas de la mañana. Inaugurado el 4 de septiembre de 1969, este Metro que ves es lo que hay 50 años después.

Subir a un vagón del Metro es algo simple: llega, se detiene, se abren sus puertas y listo. No como el Underground de Londres, en el que algunos de sus vagones llegan a estar a 15 o 20 centímetros sobre la plataforma, como si uno fuera a subir un escalón. No como el de París, que cuando se detiene hay que girar una perilla para que sus puertas se abran, una sorpresa para el turista distraído.

Por sus colores, las líneas de nuestro Metro naranja son fáciles de ubicar, no como las del sistema de Nueva York, caótico y confuso, con posibilidades A, B o C. La iconografía del Metro de la CDMX facilita la movilidad de aquellos que hablan otra lengua: Mixcoac, una serpiente; La Villa-Basílica, siluetas del famoso santuario y de la Virgen de Guadalupe... En fin. No como en las grandes capitales como Roma, en donde está la estación Ponte Mammolo, fácil de aprender por la picardía mexicana, aunque la situación se complica cuando hay que ubicar y preguntar por la apenas diseñada Giuochi Istimici (pronunciado yoqui ístimichi).

Como sea, hubo por muchos años una confusión grande en la capital mexicana: la estación Aeropuerto de la Línea 1, la rosa, se encuentra alejada del destino anunciado, no así Terminal Aérea de la Línea 5, la amarilla, a las puertas precisamente de la Terminal 1.

Según Wikipedia, la estación Aeropuerto fue conocida con ese nombre hasta septiembre de 1996, “ya que, al momento de ser construida, en 1969, era la más cercana al Aeropuerto de Internacional de la Ciudad de México. Aun así, la estación conservó su nombre durante varias décadas. Sin embargo, para evitar confusiones, la estación fue renombrada Boulevard Puerto Aéreo. Pues sí, el Metro peca de la extemporaneidad de sus servicios de limpieza, mantenimiento o señalización, los cuales tardan días, semanas, meses... “décadas”.

¿Lo mejor del Metro de la CDMX? Sus historias. Las de los adolescentes que se besan y descubren el amor, o la de los amantes que se refugian en sus pasillos para reencender la pasión. Las de los descubrimientos del Templo Mayor y la Coyolxauhqui y demás piezas que se exhiben en el Museo de Antropología. Las plasmadas en sus casi 40 murales (¿habrá más?) repartidos en varias Líneas, como el de Rafael Cauduro en Insurgentes o el de Alberto Castro Leñero en Tasqueña, o las versiones del rock and roll de Jorge Flores Manjarrez en Auditorio y Chabacano. La de El héroe, el cortometraje animado del cineasta Carlos Carrera que ganó la Palma de Oro de Cannes en 1994. Pero lo verdaderamente mejor del Metro es su precio: 5 pesos. Un subsidio que, paradójicamente, lo mantiene rezagado.

¿Lo peor del Sistema de Transporte Colectivo Metro, como le llaman sus autoridades? Éstas, precisamente. Corruptas e incompetentes. Hay que ver el caso reciente de la Línea Dorada, la 12, con una multimillonaria falla por la incompatibilidad entre trenes y rieles, lo que representaba un riesgo para los usuarios, pero también éstos se encuentran entre lo peor: en horas pico se libran auténticas batallas, entre empujones y groserías, postales de lo cotidiano, o riñas sin que elementos de seguridad intervengan, situaciones que dan pena ajena.

Hace no mucho se optó por alzar segundos pisos en lugar de invertir en el transporte de esta ciudad. Se privilegió al automovilista y se marginó al ciudadano de a pie. Si en verdad primero deben estar los pobres, el Metro es la opción. Hay ocasiones en que esta ciudad nos escupe, pero aquí se llevan a cabo espléndidos eventos internacionales. Pensemos en los deportivos. La NFL, la NBA o la Fórmula 1 son organizaciones que facturan miles de millones de dólares y que cuentan con sendas fechas al año en la CDMX. Miles de aficionados utilizan el Metro en días específicos para disfrutar de esos eventos. Se podría crear un fondo con ayuda de aquéllas para invertir en el Metro.

 

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